Los libros no muerden…
Alfonso Daudet escribió, que, en ciertas bibliotecas, los libros se hallan como los frascos de las farmacias, razón por la cual resulta fácil colocarles una franja que diga: "Para uso externo".
De los "nuevos ricos" se suele asegurar que compran libros "por metros", como sut}iles adornos inútiles para agrandar la importancia de sus casas…
Ambas maneras de contemplar la suerte de los libros nos llevan a la desolación, porque éstos se escriben y se imprimen para ser tomados, devotamente, en nuestras manos, leídos y estudiados, y vueltos a leer, para exprimirles cuánta médula puesta, allí, pase a la nuestra, hinchiéndola y tornándola más fuerte.
El libro, cualquier libro, que penetra a nuestro hogar, debe ser bien recibido, como huésped honorable, No se trata de una visita de monta miserable. Se trata de un don de luz, por breve que ella sea.: luz de aquellas que entran por la vista, ascienden al cerebro y, en la cima del hombre, derraman sus haces para fortalecernos en pensamiento.
Existen lectores asépticos que cogen los libros, tal si movieran cristales, con la punta de los dedos y los tratan, no como herramientas, sino como frágiles criaturitas que puedan romperse a la menor presión. No admiten ni un rasguño de uña en sus páginas, temerosos de afearlos, de disminuirlos, tal vez.
Nosotros pensamos, por el contrario, que los libros deben impregnarse de nuestro amor. Los rayamos, marcando los párrafos, los anotamos, los convertimos en reflejo de nuestras inquietudes.
Nos parece conveniente que los lectores aprendan a tratar los libros, como cuerpos vivos, no como cuerpos de vitrina. Deben andar en nuestras manos, quedar junto a nuestro sueño, salir con nosotros la calle, para que no sean galas, sino alas, alas de nuestras impaciencias interiores.
Por este amor, celebramos que en la Biblioteca de la Universidad del Norte se realice una exposición de libros, colocados al alcance de los estudiantes y, allí, se los invita a tomarlos, hojearlos sacar apuntes de sus textos, y conocerlos, desde las tapas al colofón. Es una excelente lección.
¡A leer, jóvenes, a estrecharlos, que los libros no muerden!
Andrés Sabella, El Mercurio de Antofagasta, 18.07.1980