Baquedano 570
En Baquedano 570, funcionaba "El Mercurio", hasta su traslado al edificio que hoy ocupa. En esos dos pisos vivían las noticias su vida inquietante. Cuando eran de "última hora", las urgentísimas, se colocaba una pizarra a las puertas del diario. Bastaba que alguien la viera para que, inmediatamente, se "corriera la voz" por la ciudad:
Pusieron pizarra en "El Mercurio"…
Rápidamente, el público se agolpaba ante la pizarra, escrita con letra cuidada para que nadie tuviera dificultades en su lectura. Cuando las noticias se venían encima de los periodistas, "el guatón Peña" tomaba un megáfono, se asomaba a los balcones y leía los telegramas, con verdadera inspiración.
Contrastando con "Peñita", laboraba un redactor silencioso, de dotes excepcionales, fino de estilo y lúcido en sus ideas: Santiago La Rosa. Buenmozo, con una cara de romántico a prueba de lunas y madrugadas, La Rosa escribía artículos de maestría.
Subir las escalas de "El Mercurio" era nuestro secreto ideal. Nos atrevimos a vencerlas, en octubre de 1929, cuando preparábamos la edición de la revista "Carcaj". Preguntamos por el escritorio de La Rosa. Una voz amable nos respondió, cuando golpeamos una puerta:
Le contamos nuestros sueños literarios, la aventura de la revista. La Rosa sonreía:
-Le entregaré un poema para "Carcaj". Deseo verlo lleno de muchas flechas liricas de verdad.
Cuando apareció la revista, le llevamos un ejemplar. El primer artículo que celebró nuestra carrera literaria lo firmó él. Aquella mañana, mientras nuestro padre lo leía, durante el desayuno, sentíamos que dos alas poderosas nos crecían y que la gloria nos sonreía a la vuelta de la esquina.
De Baquedano 570 salimos a la batalla en que continuaremos hasta el final, cuando entremos a entrevistar sombras. "El Mercurio" nos acogió, luego, escribiendo con el seudónimo de Mario Guys.
Lo que olvidamos es si Mario Guys sospecharía que, cincuenta y un año después, recordaría una época donde el periodismo se vivía heroicamente, una época en la que "El Mercurio" era, a la vez, escuela y campo de batalla en la cotidiana guerra por informar la verdad de los latidos del hombre y del mundo.
Andrés Sabella, El Mercurio, 15.12.1981