La inauguración del nuevo Hospital de Antofagasta ha sido destacada, con justa razón, como uno de los grandes hitos de la región en las últimas décadas. Se trata de un edificio moderno, amplio, dotado de equipamiento de vanguardia, que vino a reemplazar al viejo y estrecho establecimiento que por cinco décadas funcionó en la avenida Argentina.
Con el corte de cinta se cumplió un largo anhelo de la comunidad antofagastina, que a lo menos por 20 años supo de la apremiante necesidad de concretar este proyecto, pero también de los obstáculos e indefiniciones que cada cierto tiempo surgían y que impedían que fuera realidad.
Por eso inquieta que pacientes insistentemente adviertan que el nuevo establecimiento no está entregando el servicio que se esperaba.
Las largas esperas en el Servicio de Urgencia es una denuncia que se repite con alarmante frecuencia de parte de los usuarios, quienes, si el cuadro no es de gravedad extrema, pueden aguardar diez o más horas por una atención médica que debiera ser más expedita.
Incluso hay quienes aseguran haber sido despachados a sus hogares, debiendo regresar al día siguiente debido al colapso que experimenta la unidad, lo que resulta aún más revelador y preocupante.
Desde el sector Salud se ha insistido fuertemente en que muchos de los pacientes que acuden a la Urgencia del hospital presentan cuadros que pueden -y de hecho, deben- ser resueltos en los cesfam, y esto es una realidad que no puede negarse.
Sin embargo, aquello no oculta que existe un problema que enfrentar. Parece ser que el diseño de la Urgencia del Hospital de Antofagasta subestimó el universo de potenciales pacientes y eso explicaría la situación que se denuncia.
Por eso resulta conveniente hacer una evaluación exhaustiva de la capacidad del servicio, buscando detectar las potenciales falencias, dimensionarlas y corregirlas. Entendiendo que todo es perfectible y que la realidad demográfica de Antofagasta ha cambiado, lo planteado es una medida lógica y, por cierto, urgente pensando en la población.