V. Toloza Jiménez
Todos los antecedentes que la policía tenía a la vista apuntaban a que era un crimen.
Se dice que una distinguida familia antofagastina viajó a Europa en los años 60, en un viaje de placer, pero con un final inesperado cuando la mujer encontró la muerte.
Lo increíble vino a continuación.
Cuando los médicos auscultaban las causas del deceso, descubrieron altas dosis de arsénico en el cuerpo de la víctima, lo que obligó a iniciar un proceso judicial en contra del principal sospechoso, su marido, a quien se imputaba el envenenamiento lento y progresivo de su pareja.
Fueron meses de trabajo para dar cuenta de que no se trataba de un asesinato, sino algo normal entre los antofagastinos. Esa población presentaba dosis elevadas de arsénico en sus organismos y eso explicaba la muerte de la mujer.
El envenenamiento no era causa de grupos terroristas o un temible asesino en serie, tenía una causa mucho más sencilla y una fecha bien precisa: el año 1958, fecha en la que comenzó a operar la aducción de Toconce, que traía las aguas del río cordillerano del mismo nombre que comenzó a alimentar la creciente población de Antofagasta, que ya se empinaba por las 100 mil almas.
Sed en la ciudad
El problema radicaba en que el agua de Toconce tenía muchísimo más arsénico, tanto que desde entonces, y por 12 años, sometió a la población de la capital regional, Mejillones y Tocopilla a un envenenamiento impune hasta que la tragedia se hizo evidente y con consecuencias que se aprecian hasta el día de hoy.
"Toda la población se está envenenando por más que se diga que no... He atendido más de 50 casos de niños que presentaban intoxicación arsenical", decía en abril de 1968 el médico Antonio Rendic Ivanovic.
Y, en efecto, los hechos eran completamente dramáticos.
En mayo de ese mismo año, a una década del inicio de las operaciones de la aducción Toconce, cuatro niños murieron en apenas una semana. Todos por causa del arsénico, afirmaba el doctor Rendic, que desarrollaba una muy solitaria pelea en este plano. Él, junto a los medios, acusaba lo ocurrido, ante la oposición del gobierno de Eduardo Frei Montalva e incluso de sus colegas.
En junio la situación toma ribetes urgentes. En Santiago, el niño Antonio Castillo Esquer, de dos años, muere en el Calvo Mackenna, a raíz de una peritonitis aguda, como consecuencia de un infarto intestinal por intoxicación arsenical crónica, según lo dejaba en claro el certificado del doctor Abdalla Harin.
Juan Castillo O' Nell, el papá del menor, llegó a Antofagasta con las pésimas noticias y un peor diagnóstico de los facultativos santiaguinos, quienes derechamente aconsejaban "evacuar la ciudad" debido a los problemas con el agua.
María Canihuante recuerda con dolor lo que fueron aquellos días. Era profesora en el Colegio Yugoslavo, de alumnos de tercero y quinto básico y una de las tareas que debían hacer era revisar a los niños para ver si tenían manchas blancas en el abdomen. Cita que aproximadamente el 80% presentaban ese indicador.
A su hijo mayor, de apenas dos años, le preparaba la sopa y alimentos con agua mineral envasada, la leche era importada pero su cuñada, entonces una preadolescente, no tuvo tanta suerte y quedó con una incapacidad bronquial por el resto de sus días.
"Creo que lo peor fue la angustia de ver a mi hijo tan expuesto... era una gran preocupación por todos los niños. De hecho, nos fuimos por dos años a Graneros (Región del Libertador), hasta que todo pasara".
Un caso similar vivió la familia de Antonio Sánchez. Su hermano Manuel, de 7 años, un día comenzó con molestias y una baja de peso. Su mamá agendó una visita al doctor Rendic, quien le diagnosticó arsenicismo.
"El problema era que acá el resto de los médicos no le creía al doctor Rendic, incluso lo tildaban de loco. Sus pares lo 'pelaban', pero la gente sí le creía porque era una figura de gran llegada con la comunidad. Mi mamá se llevó el niño a Santiago y allá, por el solo hecho de cambiar de agua, comenzó a mejorar. Los médicos confirmaron el arsenicismo y se vino con ese diagnóstico".
Miguel Bascuñán Sfeir recuerda otro caso, el del niño Cristian Varas quien murió a los cuatro años, producto de similares complicaciones.
"Era hijo de comerciantes y eso fue el acabose. Era dramático, porque los niños se enfermaban, morían y no sabíamos por qué", cita.
Revisando las páginas de El Mercurio de Antofagasta, queda en evidencia que el año 1968, hace exacto medio siglo, se produjo el peak del problema.
Por entonces comienzan a enfermarse, especialmente los menores, un número indeterminado de ellos muere y quizás cuántos, que hoy son adultos, padecieron complicaciones.
Las aguas del siloli
Sin embargo, la gran dificultad era convencer a las autoridades de que el problema era efectivo. Los líderes gubernamentales de la época insistían en que no existía evidencia de que el arsénico fuera perjudicial. El intendente, personal del Ministerio de Obras Públicas, de Obras Sanitarias enfatizaban aquello. La población estaba -decían- muriendo por otras causas.
En un país que presentaba una de las tasas de mortalidad infantil más altas del continente, un juicio de ese tipo no era tan exótico. Pero hay que imaginar el drama que debió gatillar el miedo de los padres a que otros infantes perecieran.
El trabajo del doctor Antonio Rendic fue entonces, mayúsculo, lo mismo que la sociedad organizada en brigadas de defensa y reuniones de las que participaban prácticamente todos los liderazgos locales.
Recién hacia el último tercio de 1968 la situación comenzó a cambiar y la primera medida de las autoridades, junto con reconocer que había un problema, fue aumentar el traslado de agua desde el Siloli (Silala), usando las cañerías del ferrocarril.
Iván Simunovic rememora que hasta ese punto no había ninguna conciencia de que se estaban envenenando.
"Tanto así que después de la 'pichangas' nos colgábamos de la cañería más cercana para tomar litros de agua… No puedo dejar de mencionar la irresponsabilidad del Estado Chileno al ocultar esta realidad que hizo tanto daño a nuestros habitantes".
Los primeros estanques de abastecimiento fueron instalados en el Ferrocarril, como el centro de la ciudad, la Coviefi y otros centros poblados.
Muchas otros hervían el agua pensando que de esa forma la purificarían, pero se producía el efecto contrario, pues la concentración aumentaba. Las campañas de información en El Mercurio de Antofagasta fueron fundamentales.
Lo mismo pasaba con el consumo de bebidas gaseosas, muchos las consumían sin saber que la CCU las preparaba y envasada aquí, utilizando el mismo líquido del Toconce.
Similar problema ofrecían las verduras que llegaban del altiplano y otras que se producían en la zona, todas eran regadas con el suministro cargado de alto contenido arsenical.
Se cocinaba usando el agua de la llave, se tomaba té, pensando que hervirla terminaba con el arsénico, cuando en realidad era mucho peor porque concentraba el mineral, apuntó Antonio Sánchez.
Aparece el cáncer
Un estudio publicado en el Journal of the National Cancer Institute de EE.UU., en 2007, orientado por el director del programa de investigación sobre arsénico en la Universidad Berkeley de California, Allan Smith, en colaboración con un equipo de investigadores de la Pontificia Universidad Católica de Chile, también dio cuenta de los efectos del fenómeno.
El estudio comparó las tasas de mortalidad por cáncer de pulmón y de vejiga desde 1950 hasta el año 2000 en la zona, con las de otros sitios del país, similares en condiciones socio-demográficas, en donde el agua no estuviese contaminada.
Los resultados indicaron que la tasa de mortalidad por cáncer de vejiga era seis veces mayor en los hombres y 14 veces más elevada en las mujeres de la región contaminada. En cuanto al cáncer de pulmón, la tasa de mortalidad era tres veces mayor en estas regiones tanto en hombres como en mujeres.
Además, los investigadores apuntaron a que la mortalidad empezó a incrementarse 10 años después de que los niveles de arsénico aumentaran y que alcanzaron su máximo entre 10 y 20 años después de que los niveles de esta sustancia dañina hubieran empezado a rebajarse. Es decir, que el número de muertes por cáncer de pulmón y vejiga aumenta cuanto más asimilado está el arsénico en el agua.
La solución comenzó a llegar ese año de 1968, cuando las autoridades conmovidas por las muertes autorizaron la construcción de una planta de filtros para el abatimiento del arsénico que fue instalada en el kilómetro 12 del Salar del Carmen. Un préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo proveyó los fondos que hicieron posible la obra y así asegurar la sanidad de la población.
La operación comenzó en 1970.
En 1978 en Calama y 1989 en Antofagasta, se ponen en funcionamiento nuevas plantas de abatimiento de arsénico (plantas de filtros), las que permitieron reducir aún más las concentraciones. Desde 2004, Aguas Antofagasta tomó la decisión de producir agua potable con una concentración de arsénico de 0,01 ppm.
Eso y el avance de la desalación terminaron con el problema, aunque la sombra del arsénico, continúa hasta el día de hoy.
"Creo que lo peor fue la angustia de ver a mi hijo tan expuesto... era una gran preocupación por todos los niños".
María Canihuante"
"No puedo dejar de mencionar la irresponsabilidad del Estado Chileno al ocultar esta realidad que hizo tanto daño".
Iván Simunovic"
1958 comenzó a funcionar la aducción del río Toconce, con el que se captaban hasta
1970 comenzó a funcionar 580 litros por segundo. El problema era el alto contenido de arsénico que arrastraba.
3 tipos de cáncer se asocian la planta de filtros para el abatimiento del arsénico, en el