En los últimos veintisiete años, Chile presentó un alza constante de su Índice de Desarrollo Humano, consolidando un liderazgo en Latinoamérica que es inédito en 200 años de vida independiente. Ha sido un fenómeno veloz, con problemas y desafíos, por cierto, pero que debe darnos satisfacción.
Un informe del Pnud- Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo Humano- entregó los resultados para 189 países y territorios, Chile se ubicó en el lugar 44 de la calificación mundial. Somos parte del grupo de naciones que muestran un nivel de desarrollo humano muy alto. En América Latina y el Caribe es el primer país, seguido por Argentina (47 en el ranking), Bahamas y Uruguay (54 y 55 en el ranking respectivamente).
Este índice se calcula a partir de un conjunto de indicadores como las tasas de alfabetización, los años de escolaridad, la esperanza de vida al nacer y el ingreso per cápita.
Entre 1990 y 2015, el valor del IDH de Chile aumentó de 0,701 a 0,843, lo que implica un aumento del 20,2%. Por ejemplo, entre 1990 y 2017 la esperanza de vida al nacer registró un aumento de seis años; los años promedio de escolaridad 2,2 años, y los años esperados de escolaridad 3,5 años.
Los resultados no son casuales, sino el fruto de un trabajo que mezcla políticas públicas adecuadas y crecimiento económico, materia en a que subyacen otros asuntos más complejos, como respeto a la ley, instituciones fuertes y ciudadanos que mejoran sus performances, es decir, que son más productivos, más eficientes e inteligentes en su desarrollo.
Lo mismo respecto del valor de la democracia y las libertades. Tal sustrato es fundamental para construir todo lo demás, pero es a la vez una consecuencia de un círculo virtuoso con otros componentes.
Hace poco se conmemoraron los 30 años del 5 de octubre de 1988, la fecha más identificable como el nacimiento del Chile moderno. Los enormes esfuerzos realizados por tantos estamentos desde entonces han tenido resultados objetivos en prácticamente todas las áreas del desarrollo humano.
De esto se trata.