Ese otro Andrés
No era raro encontrarse con don Andrés Sabella en las calles de la ciudad. Su caminar era interrumpido por cientos de saludos y conversaciones, algunas muy extensas. Tanto, que entre la Plaza Colón y su casa de Uribe, solía tardar más de una hora.
"Ese es tocayo suyo, don Andrés" -le dije en uno de esos ocasionales encuentros. El poeta lo miró con su único ojo de pirata. Luego, agregué: "Usted es el Andrés que escribe… El es el Andrés que golpea" haciendo un gesto propio de los púgiles. Humilde, luciendo un vestón claro y su nariz achatada por los golpes, mi ídolo de la niñez -Andrés Osorio- caminaba por Baquedano.
El vate aseguró haber oído de sus hazañas en el cuadrilátero. Andrés Osorio vivió en calle Chuquisaca, desde donde saltó al ring -a comienzos de los 50- para coronarse campeón de los barrios en la categoría liviano. Sus glorias siguieron cuando en una batalla espectacular, derrotó por K.O, al "cholo" López, adversario al que tuvieron que recoger desde la lona. Recuerdo ese combate en el estadio del Liceo, lleno hasta las banderas.
Ya profesional, obtuvo el título de Chile, derrotando al osornino "Pacuto" Araneda. Pero sostuvo un combate con el noqueador Sergio Salvia, que valió las portadas de todos los diarios de Chile. La foto -estremecedora- mostraba a ambos rivales con sus rostros tumefactos y sangrantes. Una lectura lo decía todo: "El precio de un título de boxeo".
Andrés disputó el título sudamericano con Alfredo Bunetta y Andrés Selpa. Estuvo a un tris de lograr el cinturón. Los años fueron el rival más enconado del valeroso púgil antofagastino. Osorio fue un campeón que la historia local ha olvidado.
Aquella tarde en calle Baquedano, sin que lo supieran, el destino unió a los dos Andrés: al que esgrimía la pluma y al que calzaba guantes. Ambos fueron mis modelos. Muchas huellas me dejaron. Desde mi modesta condición de aprendiz de escribano, tomo las manos de ambos, las levanto bien alto y los declaro… ¡Ganadores!.
Jaime N. Alvarado García