Camino del inka
Entre la herencia de esos antepasados, aún a nuestra vista, están los caminos del inka, los que estaban trazados a través de la sierra y hasta del desierto, jalonados con los tambos; ruinas de esos tambos aún quedan, como en el caso del camino del inka entre Calama y Chacance.
Hay también apachetas en la parte más alta de los lomajes de los caminos, esos montículos artificiales a los que cada viajero aborigen agregaba una piedra más, impregnada de un salivazo de coca, para conjurar maleficios y como una prez de buena suerte en el resto de la ruta.
Las partes arenosas o sinuosas de estos caminos, eran pavimentadas con piedras planas formando una superficie nivelada. Establecían el contacto directo entre la base del gobierno y sus pueblos; facilitaban el intercambio comercial, pero al mismo tiempo eran el nexo en las inquietudes religiosas, de arte y cultura. Además, eran la vía indispensable para las legiones guerreras en permanente avance de conquista y de dominio.
Estos caminos reflejaban la gloria y el esplendor del inkanato, pero también el triste y doloroso calvario de millares de vencidos.
Diego de Almagro y los colonizadores que le siguieron, utilizaron estos caminos en su avance desde el Cuzco al sur de Chile. Calama fue uno de los tambos de enlace, cual lo fue Quillagua en las rutas del desierto.
Sobre los caminos del inka se establecieron las huellas carreteras en el florecer industrial y minero del Norte Grande. Sobre estas huellas se trazaron las rutas automotrices, rectificando curvas.
La tradición cuenta que a los viejos arrieros que surcaban las rutas del norte, les ha sido dado contemplar la visión de caravanas desfilando lentamente por esos viejos caminos incaicos.
Hoy la ciencia de la arqueología busca en lo profundo de la tierra, dentro de la muerte, lo que la vida de nuestros antepasados del Norte Grande.
Nota: El autor fue periodista de oficio, narrador y poeta y a sus casi cien años los entregó ayudando a crear nortinidad.
Héctor Pumarino Soto