Navegando con Andrés Sabella
Conocí a Andrés Sabella en Copiapó en 1978. Estábamos con Oriel Álvarez Gómez, Eduardo Aramburú, Tussel Caballero, Nalki Pesenti y Medarno Cano en el Lucerna, de improviso hizo su entrada junto a René Vergara, ambos habían sido invitados por el grupo literario Jotabeche que presidía Oriel, a un encuentro de escritores. Juntamos algunas mesas y al son de sendos vasos de vino tinto, Andrés comenzó a tejer sus historias de amigos, Norte Grande, mar y cielo. René también hizo su aporte contándonos del mundo de la delincuencia criolla. El resto solo atinaba a empaparse de la sabiduría y hechizo que producían las palabras de ambos hermanos mayores.
En esa oportunidad fuimos a almorzar al casino de empleados de la Fundición Paipote y dentro de la conversación, le comenté que mi padre había sido su compañero de curso en el San Luis, no se acordaba, pero le hice saber que mi abuelo español fue el dueño de una zapatería, de esas que fabricaban zapato y que, al morir, el descalabro de la familia no se hizo esperar y los estudios reemplazados por el trabajo.
En la noche estuvimos en una lectura poética "Onde Ñielol", cerca de la Chimba.
Alguien le contó que yo había sido marinero, me llamó a su lado y pidió que le contara mi vida de navegante, fascinado, el maestro, gentilmente me invitó al zafarrancho de combate que los Hermanos de la Costa le habían preparado en su honor. La nao copiapina estaba camino al pueblo de San Fernando. Allí nos esperaba una larga mesa con inmaculado mantel, ensaladeras, pan amasado, copas llenitas hasta las cofias y botellas a granel. Platos con cerdo al horno y puré de papas comenzaron a desfilar en medio de una zalagarda de filibusteros y piratas, haciendo orza a cada instante. Las risas y chistes volaban por los aires, Andrés era el duende más desordenado de todos, la felicidad le salía del alma soñadora de corsario, mientras el mantel, saturado de máculas, miraba como seguíamos navegando en esa mar gruesa de la amistad.
Andrés Sabella
Juan García Ro