Arquitectura para cuidar
Es un buen ejercicio, al pasear por el centro, levantar la cabeza y mirar las bellas construcciones que hay en nuestra ciudad. Muchas tienen más de un siglo. La mayoría de las veces no es culpa de sus propietarios. Estos han envejecido con sus hogares; muchos, quizás la mayoría, son jubilados, sus recursos son mucho menores, lo que dificultoso asumir la mantención.
Todos hemos visto la belleza de muchas construcciones habitacionales y de servicios que existen especialmente en el centro de la ciudad. Se trata de inmuebles de inicios del siglo pasado, especialmente de las décadas del 20 y el 30, cuando la ciudad comenzaba a consolidarse.
Es probable que la casa Giménez, de calle Matta sea el mejor ejemplo, aunque no el único, ni el más representativo de la época. Es el salitre la actividad que permite desarrollar y consolidar la ciudad y el éxito de tal actividad es la que posibilita cierto esplendor de viviendas de concreto, madera y otros productos. Los apreciamos en el Barrio Histórico, y en general, en el perímetro cívico, donde abundan las construcciones de dos o tres pisos y casi siempre con la marca del año de construcción sobre el dintel.
Muchas tienen pequeños detalles estéticos, que no ayudan a la estructura, pero sí eran parte de la identidad del autor o de los dueños que buscaban diferenciarse.
Hoy, la realidad es diferente. Las villas, poblaciones, tienden a semejarlo todo; lo mismo que los departamentos. La autoconstrucción no es la norma, no se facilita y es más sencillo comprar un hogar que construirlo.
Pues bien, ese pasado reciente, que promedia los 100 años (dos tercios de la existencia antofagastina) está en riesgo permanente. Son cientos, sino miles, las casas levantadas en el esplendor del oro blanco que diseminadas en distintos puntos de la ciudad, sufren el deterioro del paso del tiempo.
La mayoría de las veces no es culpa de sus propietarios. Estos han envejecido con sus hogares y sus recursos son mucho menores, lo que hace muy dificultoso asumir la mantención, las reparaciones de inmuebles que son caros de mantener. Lo mismo pasa con otras amenazas externas como incendios y terremotos que pueden destruir ese legado que no puede perderse porque es parte del patrimonio local.
Resguardar esta arquitectura, que quizás no tiene la pomposidad y valor de las Ruinas de Huanchaca u otros sitios, es también reconocer y cuidar parte de lo que fuimos y somos.
Es parte de nuestra identidad.