Camanchacas
Es una mañana en que el cielo parece inmóvil, en el que se asemeja a una fotografía por sus rasgos imperturbables, la mañana fresca en que algunas garumas despedazan el cuerpo de cangrejos desechados por la marea mientras gaviotines corren, suben y bajan siguiendo el borde del lamido de la ola. Comienza un día más en la vida de un grupo de Changos asentados cerca de una aguada.
La camanchaca comienza a disiparse revelando el humo de algunos fuegos que resistieron la noche. Varias personas agrupadas sobre ellos conversan y ríen con discreción, la amabilidad del mar casi llega hasta ellos pues marea está en su cúspide. Quienes preparan los anzuelos y canastos de caza deben retroceder algunos metros; algunas mujeres descalzas permiten que el mar les refresque los pies mientras conversan.
Changos. El tono de piel cobrizo se va haciendo más nítido a medida que la luz solar se extiende por el lugar. Un grupo de niñas y niños de edad temprana de edad temprana juegan con la arena construyendo cadenas de cerros que luego destruyen con los pies, llenos de risa, sus ágiles cuerpos se distorsionan en el reflejo del espejo marino. La claridad se apoderaba del lugar mostrando el majestuoso Cerro moreno, tutor del lugar. Otro grupo de changos, de pequeña talla ágiles y fornidos inflan soplando una tripa las balsas de odres de lobo marino; más allá, otros tiran con energía las cuerdas hechas de algas marinas para que los pescadores pudiesen embarcar. Sobre las olas cabecean las balsas que vuelven de la tarea nocturna, canastos de vegetales trenzados se hinchan de pescados. Bajo los gorros de copa alta, destellan sonrisas satisfechas, volviendo al ritmo de la corriente, dando golpes de remo cuando es necesario.
En la orilla los esperaban grupos murmurando alegres comentarios, la pesca ha sido un éxito y con ella tendrán alimento para dos o tres días.
Un Chamán danza arrastrando los pies dejando una estela de dibujos rituales, cantando agradecido. Un reducto de changos o camanchacas, como tantos que habitan las costas de la región de la península de Mejillones, con los derechos propietarios que la ley de la subsistencia les otorga, no poseen más que su propia tecnología, su carácter inteligente, semi nómades se desplazan llevando sobre sí las ramas que son los techos de sus casas; en cada lugar de asentamiento construyen nuevos muros.
A pesar del olvido, navegan aun en nosotros, en la gente de la costa que mira su mar, que siente una emoción profunda cuando el pez "pica" la lienza, que come marisquitos casi con lágrimas en los ojos. Si ellos han permanecido en nosotros, no es ya hora de rendirles un homenaje?
artista
plástico
Hugo León
Morales ,