"El pan se entra en todo (…) para dar sabor a beso, en el vino, en el caldo, en el jamón, en él mismo, pan con pan. También solo, como la esperanza, o con una ilusión". Así hablaba del pan el Nobel español Juan Ramón Jiménez. Otro Nobel, Neruda, en su Oda al Pan recitaba "Oh pan de cada boca, no te imploraremos, los hombres no somos mendigos (…) el pan de cada boca, de cada hombre, en cada día llegará porque fuimos a sembrarlo y a hacerlo, no para un hombre sino para todos, (…) el pan para todos los pueblos". Así, se reconoce al pan como elemento simbólico de nuestra vida cotidiana, y como derecho y alimento para la lucha impulsada por la esperanza de cambio para una sociedad justa, de todos y para todos, donde las pequeñeces relacionadas con razas, credos o nacionalidades no tienen cabida.
Desde la semana pasada un nuevo tipo de pan se amasa en Antofagasta, con sabor multicultural, hecho con manos de migrantes y chilenas, quienes desde el macrocampamento Los Arenales han decidido dejar de depender de la caridad de otros para solucionar sus problemas, y han puesto sus manos a trabajar en un proyecto tan ambicioso, que podría cambiar la manera como nos enfrentamos a la superación de la pobreza: la primera panadería comunitaria.
Este es un proyecto cooperativista único en la región y el país, que nace del hambre de justicia y dignidad de esos habitantes. Financiado por Fosis, la iniciativa es un ejemplo real, sustentable y ambicioso en cuanto la cooperación entre el Estado, sociedad civil (Fractal) y universidad (ORDHUM), que desafía el modelo asistencialista de muchas políticas e iniciativas, entregándole poder real a los habitantes de campamentos sobre el manejo de su futuro.
Además, la mayoría de las cooperativistas de la panadería son mujeres. Esto no es inesperado, ya que, como la sufragista Susan Anthony notaba, "no ha nacido nunca una mujer que desee comer el pan de la dependencia". Así, Los Arenales hacen historia con un pan que no sólo desafía la dependencia esclavizante que la pobreza y discriminación imponen sobre los campamentos, sino que continúa la lucha de las mujeres trabajadoras. Las cooperativistas no mendigan el pan, luchan por él, con sus manos amasan el sabor a dignidad, saciando así a los hambrientos de justicia. Ojalá el nuevo gobierno reconozca y profundice el apoyo a este tipo de proyectos cooperativistas. Los hambrientos estaremos observando.
Martín Arias Loyola, Ph.D.
Director Observatorio Regional de Desarrollo Humano