Los cuatro años recientes que terminan, lo hacen con un desempeño bastante pobre en crecimiento económico: Un 1,9% en 2014; 2,3%, en 2015; 1,6% en 2016 y todo indica que un 1,6%, el pasado 2017.
Con tales guarismos, la expansión del tamaño de nuestra economía es absolutamente insuficiente para la generación de riqueza y la creación de empleos de calidad. Así, por ejemplo, puede entenderse el incremento de trabajos informales. A nivel local, la situación de la cesantía es preocupante. El desempleo está en torno al 8,4%, margen explicado por la caída de la inversión, hecho consecuencial a la baja en el precio del cobre.
¿Cuánto influyó la caída en el precio del cobre y de los commodities y cuánto la situación interna, esto es reformas y transformaciones? Todas tuvieron un margen, sin duda.
Lo lamentable es que el efecto lo sufren, en especial, los que menos tienen. Chile es un país con una economía de tamaño medio, no es desarrollada y requiere de inversión para dar un salto hacia el futuro.
Afortunadamente las condiciones externas han mejorado -una es el valor del metal rojo-, cuestión que hace que las perspectivas sean mejores. Así por ejemplo, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde) citó que el crecimiento económico de Chile está listo para recuperarse tras cuatro años de desaceleración. La noticia es buena, pero hay dudas: Una expansión sostenible está lejos de estar garantizada.
Dicho crecimiento debería alcanzar el 2,9% tanto este año como el próximo, con el aumento de los precios de las materias primas.
¿Pero qué más hay que hacer?
El juicio de la Ocde es el siguiente: Para que el repunte sea sostenible, Chile necesita elevar los niveles educacionales, redistribuir el ingreso, reducir las barreras de entrada en una serie de industrias, aumentar la I&D, e incluso extender la reforma tributaria.
Chile "necesita nuevas fuentes de crecimiento a largo plazo", dijo el organismo.
Y es claro. En esto no hay "magia", sino trabajo, inteligencia y eficiencia.