Antofagasta, días de goce
Antofagasta tuvo días de goce, antes de 1881. La confianza volvió a los ánimos y los capitales aparecieron. El puerto se iba a encumbrar a igual altura que sus hermanos más grandes. En poco tiempo las caravanas de cateadores se sucedieron, los hallazgos no se hicieron esperar y la industria salitrera apareció grande, poderosa. Buques de vela y vapores que hacían el tráfico al norte se hicieron pocos para conducir la abundante carga que este puerto producía. Este nuevo empuje de la industria hizo crecer aún más la población de Antofagasta.
En este estado de cosas nace un fantasma, y con su anuncio solo eclipsó el Sol a cuyo abrigo estaba viviendo la industria naciente. Los capitales se fugan, y oficina por oficina empiezan a agonizar.
Los pobladores desaparecen y los vapores son ya pocos para contener a los emigrantes que huyen despavoridos.
Hasta aquí tenemos lo que ha sido y lo que es el pueblo de Antofagasta. Veamos qué puede ser. Este territorio ha vivido por el salitre y por las minas. Minas y salitres existentes en abundancia. ¿Y por qué no siguen viviendo? La solución es muy fácil.
Caracoles fue desacreditado cuando apenas se estaba formando, y por esto no llegaron nuevos capitales a dar impulso a la minería; faltándole el impulso la industria decayó. Sin embargo, la constancia de algunos mineros que trabajaban una que otra mina que en los primeros momentos solo se picaban, ha sido premiado con bastante usura. Si a Caracoles vinieran capitales el minero se levantaría grande y opulento, preciso es comprender que solo ha sido cavado por encima.
Si el gobierno fijase su atención en este territorio, si protegiese de algún modo la industria minera dando franquicias y reformando algunos de los artículos del código del rango; si gravara los salitres con un impuesto moderado y de una manera estable y duradera, Antofagasta y sus dependencias serían para Chile un manantial perenne de riqueza y una fuente inagotable de entradas que serviría para elevar más y más el engrandecimiento de nuestra patria.
Matías Rojas Delgado