Cobija, ¿la inocente?
Un día 28 de diciembre, pero del año 1825, Simón Bolívar habilitó y elevó la caleta de Santa María Magdalena de Cobija -llamada también Puerto La Mar- a la categoría de puerto principal, dado el movimiento comercial y portuario en ciernes. Tanto auge tuvo, merced a los embarques de estaño, plata y oro, que el presidente boliviano Andrés de Santa Cruz visitó el lugar, (ningún presidente chileno lo ha hecho a la fecha) ordenando ensanchar el camino -huella de carretas- que unía al puerto cobijeño con Potosí.
La riqueza de su gente, los bienes públicos y la presencia de aventureros, inversionistas, changos, mineros y buscadores de fortuna, dieron paso a una existencia pueblerina plena de ostentación y no exenta de lujuria. Pero la tierra le tenía reservada una dolorosa sorpresa que sentenció su existencia. Dos terremotos, en 1868 y en 1877, confirman lo que los viejos pobladores cobijeños auguraban y que sostenían que la riqueza trae pecado y perdición. Ambos sacudimientos y el maremoto, fueron un castigo divino por esa vida de ostentación, derroche y lujuria que se vivía en Cobija. A ello, se sumó la epidemia de fiebre amarilla que diezmó la población, haciendo huir a los escasos pobladores que se resistían a abandonar el naciente puerto.
El maremoto diseminó por doquier las riquezas acumuladas en el puerto. Lingotes de plata, barras de oro, monedas duras, despertaron el interés de los buscadores de tesoros, pero solo algunos tuvieron venturosos hallazgos que cambiaron sus vidas.
Cobija fue puerto de matrícula de la incipiente marina boliviana, que -incluso- contó con un buque guardacostas (General Sucre); una "cañonera" ("El Morro") y un barco que navegó primero en el Titicaca y que se trajo al litoral para hostigar "a los corsarios chilenos". Otros mercantes también tenían en Cobija su puerto de origen y destino de sus singladuras por el Pacífico Sur.
Hoy, Cobija apenas aparece en la cartografía, adherida a Punta "Guasilla", que abriga las aguas de las arremetidas del permanente "surazo".
Jaime N. Alvarado García