Arponaje
La caza con arpón en alta mar es de superficie y proyección. A diferencia del anzuelo que descansa en la profundidad hundido por su lastre, dotada de una carnada cautivante, el arpón, depende de la virtud del lanzamiento. Su temporada es desde diciembre a abril o mayo, cuando albacoras, marlines, atunes, tiburones y ballenas se acercan a la costa tras los bancos de peces y crustáceos.
La lancha espera estos meses de depredadora migración. Las albacoras no se encuentran en todas las aguas, las suyas tienen un color y una temperatura especiales, es un aguaje albacorero, una busca al filo.
Rodolfo Contreras dice: "El agua 'empañá' y el 'recalmón' anuncian la presencia de la albacora, rayando a la distancia el capacho sobre las olas. Se prepara el arponero ancestral en el tangón, cazador pretérito que en un certero movimiento lanza el arpón al cielo surcando el aire en un zumbido siniestro. Cae la presa ensangrentada, iniciando su loca huida hacia la profundidad oscura del océano. El cazador comienza a trabajar la presa, dale reinal, recoge reinal en una batalla intensa entre el hombre y la presa".
El lanceador proyecta su tiro mientras lee el movimiento de la albacora, hace señas al capitán, dirige el motor, dispara de frente sobre el lomo o la cabeza. Como mascarones de proa, los lanceadores van dominando el espacio de vigilancia, al palo, sin señuelo. La albacora herida se resiste mientras la sangre traza su escapada.
Entre la dirección de la lancha y aleteo del pez, en esos segundos de encuentro, todo ocurre en el tangón. Espacio restringido del mundo de las embarcaciones, pequeño coto, a veces familiar, de caza al interior de la división del trabajo.
La relación entre el cazador y la albacora es conocida, como la fama de su carne, del aceite de su cabeza o de sus espadas. El tangón es una plataforma para la contigüidad, un mirador inestable para el enfrentamiento en las artes de pesca.
Nota: En Cuerpo del convite, de Benjamín Ballester y Alex San Francisco, arqueólogos.
Ballester / San Francisco