Cada año al iniciar noviembre, es natural en cada ser humano percibir un especial sentimiento por aquellos seres amados que han partido a la eternidad, que cumpliendo ya su misión en esta vida, se encuentran en la otra orilla y tan sólo viven en nuestro recuerdo para siempre.
Estimados lectores, en más de una ocasión he señalado lo equivocada que está nuestra sociedad al considerar de "mal gusto" hablar del fin de la vida terrenal. No se percibe con asertividad, que lo único cierto y seguro que todos los seres humanos tenemos, es que tarde o temprano deberemos enfrentar el término de nuestra existencia. Pensar en que ese momento está muy lejano o evadir incluso pensarlo, es realmente pueril.
Cuando un ser querido parte al inevitable camino de la eternidad, además del normal dolor que nos provoca su ausencia para siempre, nos hace pensar en nuestra propia existencia. Nos percatamos de nuestra fragilidad como seres humanos y lo importante de tener conciencia que nuestra vida terrenal es finita.
En el primer día de noviembre, es cuando también más se viaja, aeropuertos, terminales de buses y carreteras se ven sobrepasados más de lo común, ya que gran cantidad de personas se desplazan a distintos lugares del país para estar cerca de la última morada de familiares y queridos amigos que ya se encuentran en el eterno descanso, para rendirles un emotivo homenaje a su inolvidable recuerdo. Sin embargo también se realiza un viaje por nuestro mundo interior, donde atesoramos los más bellos momentos vividos con nuestros seres queridos ausentes. Son esas hermosas vivencias, nuestro mejor consuelo ante la ausencia.
De allí la importancia de tomar conciencia que nuestra vida está tan sólo hecha de momentos, que el tiempo es muy fugaz.
Vivir con nuestro "equipaje liviano", no olvidar nunca expresar nuestros sentimientos, por obvios que nos parezcan; entregar lo mejor de nosotros a quienes conviven en nuestra cercanía, dar la mano a quienes más necesitan de nosotros, resulta un buen ejercicio de saber vivir en tiempos difíciles. Aferrarnos a lo material, al éxito mal concebido y a tantas otras banalidades; resulta inoficioso. Nadie será recordado por sus conocimientos, títulos o habilidades; cualidades que suman en nuestra vida, pero la que realmente multiplicará nuestro recuerdo, será nuestra actitud.
Martín Bretón Olmos
Magíster en Política Educacional