Bernardo Julio
Conocí a Bernardo en la Universidad del Norte, éramos funcionarios allí. Luego la mano negra nos exoneró junto a Sabella y otros amigos. Bien acompañado al exilio cultural. Él, como abogado, fue quién extendió sus brazos, su sonrisa y su conversación afable a todos, en especial a los detenidos.
Su labor ya es conocida. Me interesa hablar de él como liceano, como Diablo Legionario, de esos que "sembraron su corazón en la verdad", en tiempos de Mario Bahamonde Silva.
Bernardo tenía una deuda de imperecedera gratitud con su rector: "Me inscribo en el grupo de aquellos a los cuales la vida privilegió de sobremanera". Eso por el respeto a su formador, su maestro, su consejero, y su amigo.
Por ello, en 1953, junto a otros liceanos, golpeó la puerta del Ministro de Educación, Eduardo Barrios, y solicitó "con la viva urgencia que la gente pone desinteresadamente en todas sus empresas, con pasión y sin cálculos o intereses mezquinos, que el rector a nombrarse en el Liceo de Hombres de Antofagasta, debía ser Mario Bahamonde y no otro".
La respuesta ante tan osada y casi falta de respeto petición fue:
"Cuando vuelva a ver a Bahamonde, ese recio escritor taltalino, le diré cuánto le envidio por la madurez de sus ex alumnos que no le han olvidado y que ya han dado su primera batalla con éxito. Muchachos, ayer he firmado el decreto y vuestro bien amado maestro, será lo que ustedes tardíamente, me han venido a pedir. ¡Buenas tardes y muchas gracias por el ejemplo!". Bernardo tenía diecisiete años y ya sacaba lustre a la formación de su rector, quien le enseño respeto por la palabra, el adjetivo preciso, por la metáfora feliz y por el verbo pertinente. Pero, fundamentalmente, les enseñó que "la hombría de bien es un don que hay que cuidar como el labriego vigila desde el alba su mejor cosecha, con fervor interior, con abnegada entrega, aún a costa de perder el favor oficial y la propia tranquilidad". Nació así un luchador.
¡Jallalla, Bernardo Julio, Jallalla!
Jorge Vallejos Bernal