Nathalie Varas Centellas
Hace algunas semanas, pintaron las fachadas de sus viviendas para mejorar su apariencia y de esa forma cambiar la mala percepción que la comunidad tiene de los campamentos.
Pero el esfuerzo no se detiene ahí, y muchas las familias que habitan estos modestos barrios informales se las están ingeniando para dotarse de comodidades básicas a las cuales renunciaron al construir sus casas en el faldeo de los cerros. Allí donde no hay agua, comercio o sistemas de transporte.
Es así como lentamente en los campamentos de la ciudad se han ido proveyendo de improvisados "servicios", que contribuyen a una vida un poco más cómoda, aunque siempre precaria y humilde.
Factores
La mayoría de las familias que llegan a vivir a los campamentos lo hace porque no poseen recursos para costear el elevado valor de los arriendos.
Según un estudio realizado por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, el año 2015 en la Región de Antofagasta el sueldo promedio del primer quintil era de $207.000 mensuales, mientras que el arriendo de piezas oscilaba entre los $197.000 y $220.000. De esta forma, las familias tendrían que destinar todo su sueldo para ocupar un espacio, que de por sí es muy limitado.
"Cuando tú arriendas es todo muy limitado, te calculan el agua, la luz, la hora de llegada. En cambio aquí vives libre", comenta Willy Miranda, residente del campamento "Rendirse, nunca jamás".
Este asentamiento alberga a más de 50 familias, y una de ellas es la de Miranda.
Este jefe de hogar es de nacionalidad boliviana, trabaja como mecánico y llegó hace 17 años a Chile. Antes de instalarse en el campamento arrendaba una pieza y comenta que se le hacía muy difícil mantener los pagos al día.
"Había meses que no podíamos pagar todas las cuentas, entonces nos restringíamos yo y mi esposa para comprar menos cosas y darle más a nuestro hijo pequeño, porque él realmente lo necesita", recuerda.
Pese a que la realidad de las personas que viven en los campamentos es diferente y muchas veces compleja, ellos se las arreglan para sobrevivir y organizarse.
Antofagasta es una de las ciudades con los valores de arriendo más altos del país y es por eso que tanto chilenos como extranjeros de escasos recursos, optan por construir sus casas en estos terrenos.
Las familias en promedio viven entre 7 a 8 años en los campamentos antes de conseguir la casa propia. Por eso sus habitantes se las ingenian para proveerse de los servicios básicos, como la luz, el agua e incluso medios de transporte.
"Este campamento está súper organizado, tenemos nombres de calles y pasajes. Gracias a eso, logramos crear un sistema de transporte, que son camionetas que nos llevan y nos traen. Claro, ellos cobran un monto por la subida y la bajada, pero es la forma que tenemos para movilizarnos, para ir a trabajar y llevar a mi hijo en la mañana al jardín", afirmó Willy Miranda.
Virginia Choque se desempeña como asesora de hogar y cumplió 2 años en el campamento junto a su hijo, sus padres, hermanos y sobrinos, todos de nacionalidad peruana.
Comenta que antes arrendaban una pieza en la ciudad. Era estrecha y les costaba mucho pagar la mensualidad.
Al llegar al campamento pudieron tener una mejor calidad de vida y construir su propio espacio.
"Aquí estamos cómodos, no estamos en una pieza encerrados, ni cocinando ahí mismo. Como somos una familia numerosa (8 personas) cuidamos la plata para que alcance o trabajamos extra mis dos hermanos y yo", explica.
José Martínez, también residente de la toma, trabaja como soldador y vive con su esposa y sus 3 hijos, todos de procedencia boliviana.
Llevan 18 años en Antofagasta y considera que desde que se instalaron en el campamento, su calidad de vida ha mejorado notablemente. Sin embargo, al ser el único sostenedor, debe limitar sus gastos.
"Tenemos que hacer alcanzar la plata porque yo soy el único que trabaja, y como la ciudad es súper cara, tenemos que estar apretándonos. Aparte tengo que pagar la universidad de mi hija, y ahí se me va como la cuarta parte de lo que gano", afirmó.
Respecto a las ventajas del campamento, Martínez explicó que son varias, pero principalmente económicas.
"Acá no pagas casi nada, y aparte nos dan beneficios por los niños. Antes siempre arrendábamos y era incómodo porque era poco el espacio y la dueña todo el tiempo reclamaba por la bulla. También nos limitaba para consumir el agua y la luz", relata.
Catastro
Según el último Catastro Nacional de Campamentos de TECHO-Chile, entre 2016 y 2017 el Serviu logró cerrar 45 campamentos a lo largo del país, sin embargo al mismo tiempo se abrieron otros 87.
El mismo estudio arrojó que en la Región de Antofagasta en 6 años la cifra de campamentos aumentó en 548%.
Hoy en la región existen 60 campamentos habitados por 6.771 familias, posicionando a la zona como la que más ha elevado este indicador.
René Díaz es panadero, llegó hace 3 años de Perú junto a su esposa e hijo y se instaló en el campamento hace unos meses.
Explica que gracias a la unión y organización que tienen como agrupación, se ha hecho más fácil la estadía.
"En la toma estamos tranquilos, es más libre porque no te dicen nada si gastas cierta cantidad de agua o luz, aparte ya estamos optando por tener una casa propia dentro de unos años", precisó.
Motivos
Milko Zenteno, director regional de TECHO-Chile, afirmó que el 59,2% de las familias que viven en las tomas son inmigrantes y que uno de los motivos por los cuales están allí es que la mayoría gana menos del sueldo mínimo.
A esto se agrega la constante discriminación que sufren y las deficientes condiciones de habitabilidad que les ofrece la ciudad.
Zenteno explica que si bien las tomas no son un lugar favorable, a muchos les acomoda.
"Cuando conversamos con las familias efectivamente hay un mejoramiento en la calidad de vida frente a las condiciones anteriores que soportaban en términos de habitabilidad, pero aún así es importante tener en cuenta que vivir sin los servicios básicos, es una vulneración de derechos a la que se ven expuestas las familias constantemente", afirmó.
En opinión de Zenteno aunque nunca será fácil vivir en un campamento, muchas familias lo prefieren porque les permite tener un espacio propio, al menos por un tiempo.
Además, dejan de gastar dinero en arriendos lo que les da la opción de destinar recursos a la educación de sus hijos, salud y generar ahorros para una vivienda definitiva.