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Chilenismos

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Unamuno recuerda que "idioma quiere decir propiedad". Los modos de expresión nacionales resultan la suprema y pura propiedad que poseemos, que nos permite ser y hacer, que nos reúne y nos otorga un acento de vida. Por nuestras voces nos conocemos y reconocemos.

Los chilenismos nos traducen en lo que más define nuestro léxico: su gracia significativa. Los chilenos hablamos, apoyándonos no en la desfiguración de las palabras, sino en la energía metafórica que ellas nos proporcionan.

Creamos enlaces de comunicación en un juego de imágenes que exige rapidez y claridad de mente.

Esta riqueza se advierte en el coa. Para comprender este léxico no basta oírlo: hay que penetrarlo en la maraña de su graciosa composición. Recordemos de nuestra amistad con delincuentes que "correr con fuerza" es lograr la libertad y que "pasar una noche de reyes", pasarla "tapándose con la barriga", como anotó Pezoa Veliz, en "El taita de la oficina".

El chilenismo es poesía viva, espontánea; es la palabra que se enciende dentro de la picardía patria y revienta en una figura que, por bella, se entiende con doble beneficio.

El Diccionario Ejemplificado de Chilenismos de Félix Morales Pettorino, Óscar Quiroz Mejías y Juan Peña Álvarez, revela una tarea, un trabajo a conciencia.

Conciencia de oído, de resolución expresiva y de cachativa, esa fortuna que es la única que ostenta nuestro pueblo. Quien, entre nosotros, es un pobre ave, carece de horizonte y no le queda más remedio que ir a bañarse... En cambio, el que amasa billullos y forma un grueso bolón, es de los que pueden entrar a donde gusten con banda de música. ¡Ay de aquellos a quienes les cae un balde de agua fría y de esos otros a los que hay que pararles el carro! Para disfrute de nosotros en la salsa de nuestra lengua, la lectura de este diccionario, de sólida base y ancha instrucción, entrega múltiples ocasiones.

Digámoslo, como agradará a sus autores: es un tomo cachitos p'al cielo, un tomo-taita en nuestra bibliografía de rango nacional.

Andrés Sabella

La presencia del mar en el dibujo de Andrés Sabella

IDENTIDAD. Esta era otra de las expresiones artísticas que cultivó el poeta nortino.
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Waldo Valenzuela

El arte misterioso del dibujo acompañó toda la vida creadora de Andrés Sabella, en un ejercicio "no académico", sino "cazando imágenes", en una acción de "automatismo psíquico" en que hacía nacer desde la "nada blanca" del papel, imágenes donde el Mar estaba siempre presente.

Desde sus primeros esbozos de niño en una vieja agenda de su padre, hasta sus últimos trazos, el dibujo se le fue desbordando de sus dedos como una enredadera que fue entrelazando todo su oficio de hombre de letras con grafías, vertidas desde su alma. Aunque al dibujar describiera los perfiles de elementos y objetos de la vida cotidiana, el aroma del litoral lo envolvía todo, especialmente la brisa que traían las olas hacia la costa.

¡Cómo Andrés no habría de dibujar gaviotas niñas, cuando toda su poesía giraba en torno al misterio de lo femenino! Sus dibujos están habitados por perfiles, ojos, labios entreabiertos y cuerpos con toques de acuarela, que los encienden e iluminan. En una ocasión, observando la espiral presente en mis dibujos, sentenció: "Tus espirales son senos"… y torné a ser niño…

Los toques transparentes de acuarela permitían a Andrés transparentar el blanco del papel, el espacio y respetar la pureza de la línea. El óleo u otro material espeso y visceral hubieran traicionado el vuelo sutil de su caligrafía describiendo el mundo visible e invisible.

Patio trasero

El mar de Antofagasta fue el patio de su casa, en años en que aún no se le hurtaba espacio al borde mar. Para Sabella, Antofagasta era un balcón suspendido entre dos azules: el del cielo y el mar. Era Antofagasta dotada de dos atmósferas, más liviana la del cielo azul y más densa la del mar esmeralda.

Andrés, "espadachín de líneas", saltaba al abordaje de una mañana en el puerto, añorando mares del mundo, olas de su universo hecho de ríos, de corrientes submarinas, que se mueven silenciosamente bajo la superficie del paisaje inocente, depositando en la ribera de sus dibujos alguna botella con un mensaje dibujado.

El embrujo de su "dibujo brujo", está emparentado con la línea enamorada y adolescente del arte Florentino, Pre Renacimiento, con la caligrafía sagrada del Islam, con el humo verde del dibujo en la selva Maya, con las espirales del incienso ascendiendo hacia lo alto en oración; porque en Sabella su genio creador es universal. Su amor al mar y a los veleros le permite viajar hasta hoy por todas las latitudes.

Todo levita en sus diseños: Elba Emilia, veleros, libros, pipas, perfiles de amigas y amigos entrevistos en el recuerdo, reapareciendo en la memoria visual de su dibujo.

Andrés ha captado en sus dibujos ese protagonista primordial de la ciudad puerto: el espacio . En su composición grafica no divisamos la horizontal del desierto, salvo excepciones. Su hora crucial en sus dibujos es la luz azul y matinal de las 10 u 11 de la mañana, caminando por calle Prat, saludado y saludando amigos y conocidos. Su hogar de calle Uribe conectaba todas las tardes con el mundo mientras dibujaba mundos.

Los gatos de tía Martina, que según Andrés alguna vez fueron dioses, estaban en el secreto del contenido, por su fino oído, gracias al áspero rasgado de la pluma y su rastro de tinta en la nada blanca del papel, repitiendo cada día el gozo de la creación.

Confiamos en que algún día, en el futuro "Museo de Arte Moderno de Antofagasta", los dibujos de Sabella, su tesoro más preciado, sea el corazón mismo de las colecciones, articulando los espacios del Museo.

El Mar, los barcos, los peces, los caracoles, las estrellas y caballitos de mar, entre otros, fueron elementos siempre presentes en la magia de creación poética-pictórica de Sabella, como también lo fue el Barco de la Revista HACIA, la nave que zarpó desde la rada de Iquique para llevar a Andrés al Mar de la Eternidad.

¡Andrés Sabella, Gentilhombre de Mar, amó el Mar de Antofagasta!.