Honrar a los ancestros
Para hablar del temple de los antepasados nortinos, la leyenda autoriza hacerlo a partir de los "camanchangos" o changos. El más puro sentir autóctono local surge en una realidad donde predomina el mar.
Importantes viajeros de antaño testimoniaron su admiración por esos hombres del mar que lo desafiaban a diario en rústicas y frágiles embarcaciones. Sus improvisados asentamientos costeros, si hablan de una vida precaria, también sugieren grandeza de seres que se impusieron a lo largo de la costa nortina. El mar con la intensidad multicolor de sus ocasos, era el gran escenario de la existencia de esos ancestros.
Cobija, Taltal, Paposo, Antofagasta, Mejillones supieron del valor de estos seres que, en algún momento, fueron controlados en "encomiendas de indios", trabajaron en las viejas guaneras y en la primitiva minería hasta que, los nuevos tiempos, los hicieron desaparecer. Pero, para nadie es un secreto que sobre sus hombres se sostuvo y creció este Norte y una historia que, ab origine, nos hace ser un "Pueblo de Mar".
Pueblos de mar, aventureros: griegos, vikingos, portugueses, polinesios y otros más. Frente a esta compleja y sólo sugerida realidad, este siglo nos recuerda una gran deuda literaria con el mar. Sobran dedos en las manos para contar escritores que en novelas, cuentos, poesía y teatro, se han dedicado, significativamente, al mar: Salvador Reyes, Sabella, Bahamonde, Luciano Cruz, Teodoro Plievier y otros lo fueron en el siglo XX.
Qué fue de ese viejo espíritu que el español José de Espronceda inmortalizó en sus versos: "Que es mi barco mi tesoro,/ que es mi Dios la libertad;/ mi ley la fuerza y el viento,/ mi única patria la mar." En la literatura nortina de las cosas del mar hay algo que, por contraste, poco cuesta admitir: Francisco Coloane trazó la magnífica epopeya de los mares del Sur; la literatura nortina aún espera por un gran Coloane que cante a su mar y al espíritu de sus hombres.
Osvaldo Maya Cortés