"La herencia de Mussolini"
comentarista deportivo
Sería impensable que delante de un estadio alemán, hubiera un monumento en honor a Adolf Hitler. En Roma, sin embargo, a la entrada del Estadio Olímpico se levanta un obelisco de 36.6 metros de mármol de Carrara a la gloria de Benito Mussolini. Está allí desde 1932. Es lo primero que ven los aficionados tras bajarse del tranvía y cruzar el Tíber por el puente Duque de Aosta.
Esta circunstancia tiene una explicación histórica. El Duce en sus sueños de megalomanía tenía previsto un reequilibrio territorial de Italia, y esto pasaba también por el deporte. No veía con buenos ojos el histórico dominio de los equipos del norte. Y por eso pensó en convertir a Roma en la capital de un poderoso imperio y eso exigía dotarse de un club vencedor.
Con esta mentalidad ordenó la fusión de tres equipos, el Fortitudo Pro Roma, el Roman y el Alba Audace. Nace así, en 1927 el AS Roma. Pero no todos se doblegaron a los caprichos del dictador. El Lazio, bajo la presidencia del general fascista Giorgio Vaccaro y con un enorme prestigio e influencia en el régimen se negó a la fusión, dando paso a una enconada rivalidad entre las aficiones que jamás se ha superado. El Lazio se creó en un entorno de clase media alta y el Roma en cambio representaba a los sectores populares de izquierda.
Pero estas divisiones sociales se han ido difuminando con el tiempo. Ambos clubes comparten el mismo recinto de juego, y un partido entre el SS Lazio y el AS Roma es uno de los grandes derbis europeos que no pasa desapercibido. El balance histórico habla de 66 victorias para el Roma, 50 para el Lazio y 63 empates. Y la violencia aparece de la mano de sus jóvenes tifosis.
Y todo esto por la voluntad de Mussolini y sus ansias de poder.
En Italia la pasión, sea en la vida como en el calcio, puede desencadenar tragedias pero con frecuencia se queda solo en exagerada teatralidad.
Roma es una ciudad engañosa: tiene la piel suave y la voz dulce, pero a veces muerde.
Alberto
Pescio