Durante hoy será desarrollado el censo abreviado de población y vivienda de Chile, por lejos la encuesta más relevante del país, toda vez que es una radiografía que, comparada en el tiempo, permite ver cuánto hemos cambiado en algo más de una década.
Vale la pena insistir en que la participación de todos es clave, a fin de tener una imagen precisa de estas transformaciones, lo que impacta directamente en las políticas públicas. Es relevante saber cuántos somos, al mismo tiempo que conocer si somos más, menos, si estamos estancados y qué edades tienen los habitantes.
Es muy probable que el estudio confirme que el crecimiento de la población chilena es mínimo y que, consecuencialmente, somos una sociedad cada vez más vieja. Aunque la población de Chile se ha quintuplicado durante el Siglo XX, la tasa de crecimiento intercensal 1992-2002 fue del 1,24% anual, la que se proyecta seguirá bajando durante los próximos años.
Lo que ya se avizora del censo es que la población de Chile no superará los 17 millones, lo que es bastante menos de lo que se pensaba. Como se sabe, ese fenómeno parece ser una característica de los países desarrollados. El núcleo familiar se está achicando. Está siendo más rápido de lo que se esperaba, tal cual ocurre en Europa o Estados Unidos.
En la región, Chile integra, junto a Argentina, Cuba y Uruguay, el grupo de países con una transición demográfica avanzada, caracterizada por poblaciones con natalidad y mortalidad moderada o baja, lo que se traduce en un crecimiento natural bajo, del orden del 1%.
Los números apenas aseguran el recambio generacional, con tasas de 1,9 hijos por mujer (hay países del Viejo Continente con tasas de 1,3 hijos), y ello ni siquiera asegura el recambio generacional. Sólo la inmigración extranjera, que paralelamente tiene tasas de fecundidad mayores, permite elevar la cifra de compatriotas.
Este es un desafío enorme para las políticas públicas nacionales y sólo una lectura correcta permitirá aminorar los efectos de un tsunami de proporciones.