Chile envejece a tasas aceleradas, al punto que las estimaciones precisan que para el año 2035, el grupo de menos de 14 años representará el 16,9% del total de población, mientras que los mayores de 65 años serán el 18,8%.
Se trata de un cambio rotundo e impresionante que obliga a repensar las políticas públicas del país, precisamente por la contundente transformación de la pirámide etaria.
¿Estamos preparados para esto?
Definitivamente no. Al observar indicadores simples como las pensiones promedio, o el acceso a la salud para los segmentos de mayor edad, nos damos cuenta que Chile no es un país que facilite la vida de la tercera edad. Y esto podría ser peor, conforme pasen los años y observemos un incremento de este segmento.
Para el Estado implicará un desembolso enorme en asistencia de todo tipo y hasta la manera en que construimos nuestras ciudades, parques, transporte y en general nuestros servicios generales.
Los datos quedan en evidencia con el Anuario Estadístico de América Latina y El Caribe 2016, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), también refrendados por análisis realizados por el INE.
Lo que está ocurriendo en términos prácticos es que cada vez la gente vive más años, mientras nacen cada vez menos niños. En Chile estamos alcanzando tasas de 1,9 hijos por mujer, lo que ni siquiera asegura el recambio generacional. De allí que, como un ejemplo, tengamos tasas de inmigración crecientes que, desde el punto de vista económico, son una necesidad.
Si la población en América Latina ha envejecido, Chile lo ha hecho aún más rápido alcanzando niveles propios de un país desarrollado, una situación que en el continente también se repite en Uruguay.
Según la Cepal, los efectos serán apreciados con fuerza el año 2050, en 33 años más cuando se observe un mayor número de fallecimientos que nacimientos. El asunto es contundente y debe obligarnos a mirar con detención un fenómeno enorme, que comenzará a golpearnos cada vez más fuerte.