Libro de muchas olas
La antología del mar es un libro de muchas olas, de muchas voces, de infinitos signos. Lo cantaron los grandes, los cantaron los poetas jóvenes y los que ya van dejando de serlo; lo cantarán maña los que aún no han nacido. Como si nunca hubiera existido, es preciso asistir cada día a su nacimiento, a su coronación y a su bautismo; es necesario presenciar su agonía y su muerte, y su nueva nacencia, recomendada de infinito.
En la sensibilidad de todo auténtico poeta, siempre habitará el ruido del amanecer marino, el grito herido de las gaviotas, esas lentes resacas amarillas. Siempre habrá un niño deslumbrado ante su presencia. Siempre habrá alguien descubriendo su majestad, su música errante y el fuego de su hechizo, en la misma actitud en que estuvo Nicanor Parra, al llegar con su padre desterrado al sur.
El muchacho presa de frenética exaltación, echa a correr "sin orden ni concierto" hacia la playa. Y allí hunde sus manos en el mar, como tactando asombrado el principio del mundo. Y se queda de pie, inmóvil hasta el mármol, repitiendo la vieja comunión de los héroes y los dioses. Pero vienen otros poetas y se proponen a coronar este mar recién inaugurado, crecer junto a su sombra, interpretar las ráfagas humanas al calor de su misterio.
Pero el mar no solo ha inspirado melancolía y temblor metafísico, también ha inspirado la protesta, la transfiguración hacia la felicidad mortal, la necesidad de un cambio en lo que podríamos llamar su conducta social, en su calidad de aliando permanente de las aventuras y dolores humanos.
Entretanto ha crecido el océano. Sacude el agua la cabeza para saludar su propia piedra, la sal de su eternidad. En este gesto de furia vuelve a quedar inmortalizado, llorando al pie de su propia efigie.
En la eternidad del mar, del mar antiguo, del "mar que baña de cristal la Patria". En el fondo del tiempo seguirá golpeando su luz, es luz cegadora que desvía huellas y empuja hacia puertos la rosa aventurera de la poesía.
Mario Ferrero