Pérez Rosales y la primera generación chilena
Este es un texto sobre el Chile de 1825. Es del reconocido escritor Luis Oyarzún Peña (1920-1972). La Universidad Austral lo rescató y publicó recientemente en el libro de ensayos "Temas de la cultura chilena".
El escritor Luis oyarzún, en la imagen, era amigo y coetáneo de nicanor parra.
Recién terminada la clausura colonial, la juventud acomodada quiso precipitarse a Europa a descubrir el mundo. Entre ellos, don Vicente Pérez Rosales, que, a pesar de su juventud, ya había realizado una involuntaria tentativa de viaje, bastante infortunada por cierto, al lado de un almirante inglés que lo dejó abandonado en las playas de Río de Janeiro. En su segundo viaje, Pérez Rosales salió de Chile con un grupo de jóvenes que deseaban estudiar en París, invitados por el capitán de una fragata francesa. Era el año 1825. Recién se había consolidado, el año interior, en Ayacucho, la independencia de América. Los españoles eran todavía dueños de la isla de Chiloé. La Colonia, sin embargo, parecía esfumada para siempre y los que partían representaban a la primera generación chilena. A muchos de ellos, su propia vida tenía que imponérseles como una misión. Su calidad social y las circunstancias de la época habían puesto en sus manos el encargo de construir una república. La vida de Pérez Rosales, como la de Lastarria, estuvo enteramente inspirada por la conciencia de esa gran tarea. Y de tal modo sintieron estas dos urgencias de la empresa que se habían asignado como destino, que en verdad nunca fueron hábiles para otra cosa que para ella.
Ninguno de los dos logró estabilizar su hacienda. El comercio, la agricultura, la minería y California no dieron a Pérez Rosales más que desengaños, y lo mismo le ocurrió a Lastarria con su bufete de abogado y sus devaneos mineros. El primero no vino a tener holgura, a pesar de su adinerada estirpe, sino en los últimos años de su vida, después de casar con una viuda opulenta. El resto de su existencia había sido solo desasosiego y lucha. El segundo no tuvo desahogo jamás. Los dos fueron tenidos como excéntricos por nuestra sociedad, a la que herían en algunas de sus más caras tradiciones. Recuérdese que hasta el Consejo Universitario levantó su airada protesta ante el proyecto del hereje Pérez Rosales de colonizar el sur con disidentes. Tan poco pensaba este hombre en sí mismo que, en sus Recuerdos del Pasado, considerando acaso que el detenerse demasiado en cosas íntimas habría sido superfluidad, apenas si menciona sus aventuras sentimentales, como aquellos curiosos amoríos suyos con la Malibrán. Nada menos...
Pérez Rosales partió al Viejo Mundo en busca de un instrumental de ideas útiles que le permitieran colaborar en la construcción republicana. Como Lastarria, también, su vocación fue construir y organizar, obedeciendo a los imperativos de un momento histórico que no alentaba el vuelo del pensamiento puro. En distintas esferas, los dos estuvieron sometidos a una común exigencia pragmática que hacía internarse al uno por las inexploradas selvas del sur, buscando lugares propicios a la colonización, y al otro por las más variadas provincias del saber, escribiendo textos de enseñanza, fundando sociedades literarias, dictando clases y elaborando a la carrera una filosofía que fuese capaz de presidir nuestra formación institucional. Había, sin embargo, en Pérez Rosales, un genuino interés teórico que, de haber nacido él en Europa, se habría materializado tal vez en creaciones científicas, dentro de ese universal naturalismo imperante en los días del auge positivista. Su condición de chileno lo convirtió en luchador y en hombre práctico, que suele evocar a aquellos aventureros del Renacimiento abiertos a todas las corrientes de sabiduría y de la acción. Causa asombro leer en Recuerdos del Pasado, en medio de los relatos de sus andanzas, páginas y páginas de descripciones geológicas, mineralógicas o botánicas que no corresponden a ningún propósito de ostentación erudita, sino a la viva realidad de sus intereses y de sus hechos. En la cordillera, en los bosques de Llanquihue o en la California de la época del oro, el viajero que desafiaba toda clase de peligros hallaba, no obstante, tiempo para detenerse a observar prolijamente piedras y árboles, dibujando con la imaginación la línea de su aprovechamiento futuro por empresas industriales o agrícolas. A veces llega con ello a lo humorístico, como en aquel episodio de sus exploraciones por las selvas de las orillas del Llanquihue, cuando, en trance de perecer ahogado, se echa al bolsillo los panales de unos abejorros cuya miel pudiera ser después técnicamente aprovechada, para estudiarlos en caso de salir con vida del percance. Urgido por la gran tarea de construir un país, que había surgido de pronto a la vida libre sin tener casi otras posesiones que enormes descampados, su saber volvíase inevitablemente técnico y vital. El interés teórico le hizo tener desde temprano los ojos abiertos a la realidad, cuyas variedades y especies recogía jubilosamente su espíritu curioso, que no dejó nada sin ver y sin planear, pero la realidad misma, la realidad inmediata de nuestras circunstancias histórico-sociales, le hizo recopilar innumerables datos heterogéneos para incorporarlos en un sistema práctico de iniciativas posibles. En sus viajes por Europa, andaba por todas partes buscando modelos que pudieran imitarse o adaptarse en Chile, y tan minuciosa era su atención incansable, que en Hamburgo estudió hasta el régimen de los Kindergarten, que describe prolijamente en una de sus obras.
Casi por casualidad sus vagabundeos lo llevaron a España, y el viaje es fundamental para comprender el movimiento de nuestras ideas, pues Pérez Rosales fue quien inició de un modo franco el redescubrimiento chileno de la madre patria. Cronológicamente miembro de una generación que hizo profesión de fe antiespañola y galicista, aquel aventurero que había sido educado en Francia, en cuyo idioma todavía pensaba en su madurez, según confiesa en el capítulo final de los Recuerdos del Pasado, jamás perteneció en el hecho a la llamada generación de 1842, ni a ninguna otra generación intelectual. Sus intereses fueron siempre prácticos, a lo Jovellanos, y su genio, el del hombre de acción. Bien poco se cuidaba, por lo demás, de organizar sus proyectos de acuerdo con un sistema ideológico pacientemente articulado. Liberal de partido y amigo de Sarmiento, no oculta, sin embargo, sus simpatías por el tirano Rosas, con quien sostuvo largas y afectuosas conversaciones en Southampton. Afrancesado por formación, no vaciló tampoco en oponer España a su patria adoptiva, reconociendo que los hispanoamericanos bien poco conocían a esa nación que, frente a la culta Europa, donde solo impera la cabeza, se le aparecía como el trono del corazón y como el estimable asiento de la lealtad y de la hospitalidad. Todo en ella le recordaba a Chile: cielo, producciones, idioma, costumbres... (¿Cuál de nuestros literatos de mediados del siglo se hubiera sentido arrastrado a besar en el Museo de la Armería de Madrid, la espada de Isabel la Católica con esa reverente unción de Pérez Rosales?) Acaso en el fondo de su carácter, el pionero infatigable era radicalmente español, a la manera unamunesca, discontinuo y variable en la epidermis del espíritu, pero vitalmente fiel a una filosofía central que no era en él sino la fe en la vida y en la fidelidad a ella misma.
El gran transformador iba a añorar al final de sus días la tranquila y patriarcal comunidad extinta. Hay en él un acento de nostalgia cuando, refiriéndose al Santiago de su infancia, dice:
Si es cierto que Santiago no gozaba de aquellos regalos ni de aquellas comodidades que constituyen lo que los ingleses llaman confortable, también lo es que, a medida que hemos ido entrando en ellas, hemos ido perdiendo aquella manifiesta y leal confraternidad, aquella envidiable franqueza que desplegaban los dueños de casa para con las familias amigas y desconocidas que venían de otro barrio a avecindarse en el suyo, pues al recado de felicitación se unía siempre el ofrecimiento de la paila y de la jeringa.
El mismo sentimiento se manifiesta en Lastarria, que en su novela Mercedes describe pintorescamente y con melancolía la vida santiaguina de 1830, en la que no se conocía "ese tipo aristocrático del letrado injerto en jesuita" y cuyos jóvenes "eran unos perdidos que sacrificaban a Venus, a Terpsícore y a Baco, sin hacerse los santurrones". No todo había resultado a pedir de boca en la nueva sociedad ni todo había sido tan malo en la antigua, que por lo menos poseía una encantadora familiaridad en sus costumbres. El mismo Pérez Rosales cuenta que, cuando se servía en las casas algún guiso extraordinario, el padre de familia solía enviar una parte de él en una fuente con tapa a alguno de sus amigos con este recado, que le parece la quintaesencia de todas las finezas habidas y por haber: mando a usted este bocado, porque me estaba gustando.
Pero no solo sentían la nostalgia de las viejas costumbres. En tal sentido, sus lamentaciones no son más que un saludo a la juventud pretérita. Era, sí, notable en Pérez Rosales y en Lastarria la impresión profunda de que los padres de la patria habrían sido olvidados por sus continuadores. En incontables ocasiones se queja Lastarria del extraño destino de Chile y de América, que, habiendo nacido para la vida de la libertad, veíanse sumidos en la tiranía de una nueva colonia. Y en alguna parte dice Pérez Rosales: "Los chilenos de entonces no éramos, ni con mucho, lo que ahora somos. Antes se hacía mucho y se hablaba poco; ahora se hace poco y se habla mucho. En los diarios nunca buscaba el escritor chileno lucro ni gloria literaria, sino el triunfo de la verdad sobre las preocupaciones coloniales y el de los principios republicanos sobre los caprichosos avances de la autoridad. Los padres de la patria solo se ocupaban en educar a la juventud que debía sucederles, y esta más en atesorar y en madurar sus conocimientos que en echarlos con pedantesco desenfado por la puerta de la prensa a la luz pública". Se exalta Pérez Rosales en muchos pasajes de su obra hablando de las virtudes de la República naciente, tal vez negadas por la sociedad posterior: el afán de adelantar la economía nacional en todos sus aspectos, el interés por conocer científicamente el territorio hasta en sus últimos escondrijos y por proteger las riquezas nacionales, la voluntad de fomentar el cultivo de las ciencias y las artes. "La América española -dice- no era para nuestros padres un conjunto de distintas naciones: era solo un único estado por emancipar, y la emancipación no la consideraban completa mientras imperase en alguna de sus secciones el dominio español". "¿Y qué decir ahora de las ideas que entonces se tenían sobre la importancia de la inmigración de extranjeros, como complemento de la grande obra con tantos sacrificios iniciada? Para Chile solo eran extranjeros los enemigos de su libertad y la idoneidad, el candidato jurado para los más delicados puestos públicos".
Hubo, además, en Pérez Rosales un profundo sentido poético de nuestra naturaleza. Antes de él, nadie había descrito, exceptuando al padre Ovalle, con tan amorosa solicitud la cordillera, que él conoció palmo a palmo en algunos sectores, en la época en que se dedicó al comercio de ganado entre Argentina y Chile. La inmensa meseta de los Andes, aquella blanca sabana de heladas alturas que se extiende dilatada y resplandeciente, fue objeto de su contemplación sin que el arrobamiento cegara la visión práctica de sus ojos de mineralogista ávido de positivos descubrimientos. Casi sin quererlo, Pérez Rosales suele llegar a una extraordinaria pureza descriptiva que contiene hallazgos de expresión literaria. Véase, por ejemplo, este párrafo:
Las nevazones invernales que ostentan imponentes con su blancura nuestras sierras, son, ante los ojos del viajero que a la distancia las contempla, harto más poderosas de lo que parecen desde lejos. Pocas veces graniza en la sierra y solo dos he visto nevar con viento: y es tal la cantidad de nieve que cae en forma de leves plumas de aves que se mecen, bajan, suben y remolinean en la tranquila atmósfera, que hasta llegan a tapar la vista, pues ni la mano de un brazo tendido hacia adelante puede verse. La nieve del invierno cordillerano no moja y el viajero sorprendido por ella puede caminar horas enteras si es muy baqueano, porque, de lo contrario, muere perdido llevando intactas en el sombrero, en los hombros y en cuantos puntos pueden sujetarse las leves plumas que lo blanquean.
Pérez Rosales fue un hombre semejante a ese chileno que tan bien describió en una página maestra: Andariego, curioso, buscador de maravillas, magnate y pícaro con igual desenvoltura. Como él, pudo trocar durante su vida con la risa en los labios el roce del guante de cabritilla por el áspero de la barreta del gañán, pero, a diferencia de los otros, que eran desidiosos en su patria, él trabajó siempre en tierras propias y extrañas, sin que la vida perdiera para él jamás ese carácter de incomparable espectáculo que tanto lo arrobaba en sus años de juventud. Senador de la República, Intendente, amante de la Malibrán, amigo de grandes personajes en Europa y al mismo título, lavador de oro en California, almacenero en su patria, contrabandista de ganados y confidente de caudillos pamperos que llevaban con cierta grandeza una vida de crímenes, como aquel chileno Rodríguez, lugarteniente del feroz fraile Aldao, que en cierta ocasión lo hizo escoltar por cien lanzas hasta el pie de las nieves, el hombre se movía con la misma seguridad en los grandes salones europeos y en las heladas cuchillas de la sierra.
Luis Oyarzún Peña (Santa Cruz, 1920 - Valdivia, 1972) fue coetáneo y amigo de Nicanor Parra y de Jorge Millas. Se conocieron en el INBA. Oyarzún estudió Derecho y Filosofía al mismo tiempo y también estudió Historia del Arte en Londres. Estaba entre los escritores y artistas de generación del "Parque Forestal". Él destacó en relato, diario, crónica, poesía y ensayo. Su obra contempla más de diez libros. En la Universidad Austral fue director de Extensión. La editorial de esa casa de estudios rescata y visibiliza en su Colección Patrimonio Institucional dos obras de Oyarzún: "Diario de Oriente. Unión Soviética, China e India" y "Temas de la cultura chilena".
en resumen
Retrato de vicente pérez rosales diplomático, comerciante, escritor y colonizador chileno.
Por Luis Oyarzún Peña
"Pérez Rosales partió al Viejo Mundo en busca de un instrumental de ideas útiles que le permitieran colaborar en la construcción republicana".
"Los chilenos de entonces no éramos, ni con mucho, lo que ahora somos. Antes se hacía mucho y se hablaba poco. Ahora se hace poco y se habla mucho".
"Pérez Rosales fue semejante a ese chileno que describió tan bien en una página maestra: Andariego, curioso, buscador de maravillas, magnate y pícaro".