Salvador Reyes: viaje y viajero
"Como recibe a los marinos muertos /el mar recibe todos mis tesoros,/ el mar que un día acogerá mi cuerpo", escribió Salvador Reyes en su segundo cuaderno lírico: "Las Mareas del Sur" (1924-1930). Los siete años que separan la aparición del primero, "Barco Ebrio de Las Mareas"… son años en los cuales la imagen ha adquirido más audacia aún, más peso, y, al mismo tiempo, mayor melancolía.
Con motivo de los cuarenta años de la publicación de "Barco Ebrio", Colecciones Hacia, del poeta Andrés Sabella en Antofagasta, publicó una edición de homenaje, con un saludo de Los Hermanos de la Costa y una nota prólogo de Sabella, escrita con tinta fervorosa.
Es interesante constatar que el tono general de su cuaderno poético de estreno, no ha envejecido.
En Reyes -y recuérdese el verso "Como recibe a los marinos muertos…"- no hay desesperación sino una aceptación del destino humano tal cual es. Sin drama, sin recriminaciones, sin melancolías que no sean las indispensables a lo añoranza de lo vivido y lo sufrido. También esa añoranza llega hasta lo que se pudo vivir y no se vivió y a lo que pudiendo ser vivido ya no se vivirá.
El amor tiene en este mundo de Reyes el espacio que tiene el regusto del azar, de la aventura, de los viajes, del mar, de la melancolía y de ese probar la vida de un modo simple y hondo: viviéndola. En él no se limitan las zonas en las cuales el amor empieza a ser un viaje o el viaje emprende el camino del amor. La aventura es siempre la chispa que empieza a vaciar el contenido de la aventura en el amor. Así el amor adquiere un valor de riesgo, de jugada, de azar que suele ser enfrentado con ánimo resuelto. En la medida que sus personajes aman, viven, viajan: son. Es decir, existe. El amor, para el poeta de Las Mareas del Sur, tiene lo que los puertos: el sentido de la posible e imposible distancia, el desafío a un más allá secreto, remoto, acaso solitario.
Nota. Salvador Reyes falleció en Santiago el 27 de febrero de 1970. Por expresa petición, su mortaja se arrojó frente a la costa de Antofagasta.
Alberto Baeza Flores