"Aliados"
Para apreciar esta película, una más del incansable director Robert Zemeckis, es preciso tener en cuenta dos elementos: amar el cine clásico, ése que se hacía en los años cuarenta y cincuenta, en pleno sistema de estrellas, y haber visto a lo menos una vez 'Casablanca' (1942), ese monumento perfecto del romanticismo hecho a la medida de una época y de una nostalgia que no muere.
Esto porque 'Aliados' resulta una película ligada al pasado, recreada con cuidado extremo en los detalles de la época que reconstruye: perfectos escenarios para dar cuenta del estado en que se encuentran las ciudades devastadas por la guerra mundial, un trabajo asombroso de vestuario que evoca -era que no- a todos los estereotipos de los años cuarenta y una banda sonora que trae a la memoria decenas de recuerdos de otras tantas películas y acontecimientos fílmicos inolvidables.
De este modo 'Aliados' es una película deliberadamente antigua en su forma, una especie de homenaje al estilo de los viejos filmes del Hollywood de los años dorado, cuyo argumento encantará a los espectadores más adultos porque entremezcla todos los elementos esenciales de un espectáculo dirigido más a los recuerdos que a la apreciación fina: hay amores y traiciones, existe glamour en el ambiente, está la amenaza de la guerra y un puñado de seres humanos enfrentados a una época partida por el odio.
Tal vez lo que afecta a 'Aliados' es su deseo (nada de disimulado) por tratar de parecerse a 'Casablanca' lo que parece, de entrada, un suicidio, sobre todo si uno considera la grandeza que tiene dicha película en la historia del séptimo arte. Esa coincidencia se subraya porque este filme parte justo en 1942 y en la misma ciudad de Casablanca, lugar mítico donde dos asesinos llegan haciéndose pasar por un matrimonio de simpatizantes nazis, usando esta fachada para matar a un embajador alemán y a cualquiera que luzca un brazalete con la esvástica estampada.
Max (Brad Pitt), es un empleado por la Inteligencia británica; ella, Marianne (Marion Cotillard), es miembro de la resistencia francesa. Son, por lo tanto, una pareja perfecta para estar en una misión que tiene una exigencia casi imposible de cumplir: su relación no debería ir más allá de lo puramente profesional.
Y como esto es Hollywood, en medio de la delicada misión, ellos se van al desierto y se aman en el asiento delantero de su vehículo mientras la cámara de Robert Zemeckis gira y gira, mareando al espectador, mientras a su alrededor, fuera del coche, una tormenta de arena es una suerte de metáfora del fragor sexual.
Esta escena resume a la perfección lo que es 'Aliados': pirotecnia visual, romanticismo tardío, perfección escenográfica y un guiño a los clásicos de siempre, en un deseo del director por traer nuevamente a flote emociones que muchos parecían haber sepultado.
Y ese estilo visual rompe el tono pausado e íntimo, necesarios para mantener una historia tan apegada a fórmulas que hoy parecen obsoletas. Aparte, la película se convierte en otra cuando la pareja cumple su cometido, porque se introduce en el romanticismo pleno y deja de preocuparse de la tensión bélica que era un buen gancho para muchos espectadores y navega en un mar de sospechas, sobre todo cuando la mujer que Max tiene a su lado podría ser una espía nazi y, de acuerdo al contrato pactado con la inteligencia británico, de confirmarse deberá matarla sin asco.
Así, con poca sutileza, 'Aliados' pasa de ser una película de tensión en plena guerra a ser una especie de thriller que busca ilustrar cómo una duda puede envenenar y transformar para siempre una relación sentimental. Y aquí el director Zemeckis empieza a copiar la fórmula que patentara Alfred Hitchcock en filmes claves como 'Sospecha' (1941) y 'Encadenados' (1946), sin alcanzar desde luego la excelencia de esos títulos.
Lo que queda es entonces un espectáculo muy hermoso, muy al estilo Hollywood, donde el director Zemeckis demuestra dominio técnico, pero falta de sensibilidad para abordar la película con la estatura de un clásico. Hay escenarios elegantes, una cuidadosa reconstrucción de una época pasada y maquillajes y peinados propios de los cuarenta, pero esos detalles externos no alcanzan para revestir de grandeza a un filme que seduce por su aspecto visual pero que, en su conjunto, huele a deliciosa naftalina.