Mi Antofagasta
Mi Antofagasta es un puerto de calles rectilíneas, costa dilatada y cerros grises, amarillos, rojos, azules y violáceos, en los que ya hay un ancla que antiguamente era la guía de los navegantes.
Las calles que bajan de los cerros desembocan como afluentes en el mar, y la costa, muy abierta, se extiende hacia el sur hasta donde un cerro cónico le dice: ¡Alto! Al pie de ese cerro se acurrucaban unas casas bajas, pintadas de todos los colores. Había también escuela… y se denominaba Coloso.
Mi Antofagasta tiene una "Portada" de roca calcárea que está en la playa norte y que muchos artistas han pintado como si fuese de harina. Contigua a La Portada hay una gruta, que es un nido de amores, de poemas y de historias sentimentales cuyos fantasmas salen a mirar las estrellas cuando el crepúsculo ya se ha marchado.
Mi Antofagasta tiene un reloj muy grande que ofrece a los nortinos el tiempo, en tajadas de cuarto de hora y que está situado en medio de la Plaza Colón, entre floripondios llorones, capuchinas doradas, suspiros azules y olorosas madreselvas.
Mi Antofagasta tiene en su "interior" cobre, salitre, azufre, bórax… y en el mar peces, algas, mariscos, barcos, nubes y ensueños. El viento, que en todo se entromete, a veces empuja las nubes del puerto que llegan hasta la pampa y caen sobre los caminos y las huellas cegando a los camioneros y automovilistas que viajan a las oficinas salitreras, a Calama, a San Pedro de Atacama o al mineral de Chuquicamata.
Yo mantengo en el corazón un recinto en donde guardo esas calles rectilíneas, esas abiertas costas de rocas, algas, arena y sol, esa caleta y sus casas de madera con jardín, esa "Portada" con sus amores, sus poemas y sus historias sentimentales, ese reloj de mármol con sus horas de música y sus minutos de distancia, esa plaza Colón, con retretas domingueras, con sus flores humildes y sus árboles altivos, ese templo con sus campanas, sus oraciones, sus cánticos.
¡Ah, mi Antofagasta, con ese viento, ese puerto, esa pampa, esas nubes!
Mario Bonat