Jean Arthur Rimbaud
Jean Arthur Rimbaud, incomparable por su vid en vaivén de sorpresa y desventura, muere en el Hospital de la Concepción, de Marsella, el 10 de noviembre de 1891, apenas satisfechos sus 37 años, (había nacido el 20 octubre de 1854, en Charleville, en las Ardenas).
Jean-Marie Carré le define como "hombre de genio, de rebelión, de miseria y de dolor" .
Sofocado por las primeras desdichas, exclamó el poeta, al comienzo de "Una Temporada En El Infierno": "la desgracia ha sido mi Dios".
En Rimbaud, se junta el hervor de muchas existencias. Daniel Rops lo entiende así: "él representa en su vida la tragedia fundamental y las acentos que haya para expresarlo adquieren un valor universal". Lidian en su frente la Aventura y el Poeta. Vence la aventura la Aventura, obligando a su contrincante a precipitarse al azar más increíble del hombre y a desertar en su carrera literaria: cumple recién diecinueve años y termina, después de "Barco Ebrio" (1871), "Una Temporada en el Infierno", cuya edición quema, íntegramente, destruyendo todo contacto con la literatura; se entrega a los rumbos de la tierra; sólo anhela, ahora, henchirse de oro para satisfacer la ciega avaricia de la Madre: "Tendré oro: seré ocioso y brutal", "Yo haré oro, remedios".
Cruza Europa; empuña una espada carlista; duerme en Java; se empolva con la tristeza de los circos; impreca a La Esfinge; vende armas en Abisinia; acaricia marfiles; fuma, interminablemente; ama; realiza valiosas investigaciones para la Sociedad de Geografía y anda, (sobre cualquiera otra acción, esta es la invencible): "está condenado a vagar, atado a una empresa lejana".
Pero, a este vagabundo incansable, reservan los caminos una revancha feroz: la anquilosis total; a quien sienten avanzar, resueltamente, en pasión de leyenda y de huellas, atacan, furiosos, convirtiéndole en un lamentable niño de piedra. Cinco años antes de morir, aparece "Iluminaciones", en "Vogue", pujante de aquel "formidable dinamismo verbal" que le vale a Rimbaud un primado en la Historia de la Poesía.
Andrés Sabella, HACIA 42, 1961