En los últimos 15 años se han creado más comunas, provincias y regiones en el país, como asumiendo que la división territorial garantizará el arribo del desarrollo a esas zonas. Así ha pasado con las nuevas regiones de Arica y Parinacota y Valdivia, mientras se analizan posibilidades con Ñuble, en la Región del Biobío, o el Loa y Tocopilla, en la nuestra.
Ciertamente Chile es un país centralizado y también lo son las propias regiones. Si una capital regional se queja de falta de poder, las comunas más pequeñas están casi huérfanas del mismo.
Así, de a poco, la mayoría de las veces por compromisos políticos y escasamente técnicos, el país parece regresar al sistema de 25 provincias que había antes de la subdivisión en trece regiones (actuales 15).
Algunos análisis sugieren que Chile debiera estar dividido, a lo sumo, en cuatro o cinco grandes territorios o regiones: el Norte Grande (desde Arica hasta Copiapó), el centro norte, desde la Región de Coquimbo, sumando la Metropolitana, Valparaíso y el Libertador); el centro sur, desde el Maule hasta La Araucanía o Los Lagos y el sur austral, o Patagonia, sumando Chiloé, Palena, Aysén y Magallanes.
Una opción d este tipo reduciría el aparato público, permitiendo más gasto efectivo en inversiones, pero por sobre todo, tendría regiones más fuertes, integradas entre aquellas con focos comunes.
Hoy, la Región de Arica y Parinacota tiene apenas una ciudad de tamaño intermedio, ni siquiera dos, pero es región; Tarapacá, lo mismo. Aparte de Iquique, no hay nada más relevante desde el punto de vista económico y político. Lo que se repite en Atacama con Copiapó. En la nuestra destacan Antofagasta y Calama.
El peso no es el mismo, pero la suma puede resultar más interesante. Indudablemente la materia está lejos de estar entre las prioridades, pero ante la posibilidad de repartir la misma riqueza, lo lógico sería pensar de manera eficiente. Más regiones, provincias, o comunas, en ningún caso, implican más recursos. El país debe pensar una regionalización pensando en el futuro, con territorios potentes y una mirada que abra posibilidades de desarrollo, más que cuestiones electorales o de conveniencia política.