Aprendizajes
Hace unos días cumplí con el sagrado deber de despedir a un amigo de la infancia. Junto con acompañarlo en su último viaje, tuve la oportunidad de compartir con quienes disfrutamos esa lejana niñez de los cincuenta. Todos viviendo los últimos años del sexenio, conscientes que -tarde o temprano- se cumplirá el plazo absoluto para cada uno… Y para todos.
Hablamos de recuerdos y cosas pasadas. Evocamos tiempos idos. Nos despedimos con la inseguridad de volver a vernos. Nuestras manos -ajadas y cansadas- se estrecharon en un hasta pronto que quizás sea un "hasta nunca". Muchas miradas brillaron y hasta faltaron las palabras… Fue un adiós con la duda y la incerteza.
"Hay que aprender a vivir la vejez" -recomendó uno de mis amigos, a quien supero por casi cinco años. Sabias sus palabras, las atesoré y me vine rumiando su planteamiento, para mí muy claro. Lo primero, tenemos que reconocer que el cuerpo ya no responde como hace unos años. Indudablemente, ya no es la misma la agilidad ni la presteza en las reacciones. La lentitud nos da tiempo para todo, pero eso incomoda a los demás. Retomamos el ritmo cansino de las carretas… No hay remedio.
Lo segundo, aprender a manejar la escoba: con ella matamos el tiempo y nos sentimos útiles. Barrer por aquí y por allá -canturreando temas de la Nueva Ola Chilena que aún podemos recordar- nos brindará la opción de un ejercicio liviano y útil.
Lo tercero: No repetir las mismas historias, que de tanto contarlas, ya dejan de ser atractivas y se convierten en una lata. Y por último, aprender a hacer migas. Bolitas que las palomas -compañeras en esta etapa- puedan comer sin problemas. Con ellas compartiremos la dura soledad de la vejez y nos empeñaremos en hacer amistad. Nos esperarán día tras día, aguardando su ración. Y cuando nos llegue la hora, ellas nos extrañarán y seguirán revoloteando en el lugar donde por un tiempo fueron nuestras compañeras.
Aún en la vejez, seguiremos aprendiendo. ¿Cierto?.
Jaime N. Alvarado G.