El futuro de la humanidad son los niños. De eso no cabe ninguna duda. Cualquier especialista sostendrá una afirmación tan potente que bien puede establecerse como verdad concreta.
Por eso, la reciente información emanada desde el Servicio Nacional de Menores, Sename, dando cuenta de la muerte de 865 niños -32 en la región- a cargo del organismo en últimos 11 años, es triste y dolorosa.
No se trata de delincuentes, sino de infantes y adolescentes que por distintos motivos estuvieron bajo la tutela del organismo estatal y otros con dependencia directa.
La directora del Servicio, Solange Huerta detalló los hechos, precisando que 210 niños y adolescentes murieron en el sistema residencial de protección del Servicio y otros 406 fallecieron en programas ambulatorios entre el 1 de enero de 2005 y el 30 de junio de 2016. En ese mismo período, 33 adolescentes que cumplían condena también fallecieron en los centros de rehabilitación directa del servicio de justicia juvenil, al igual que otros 216 que eran parte de los programas ambulatorios del mismo organismo.
Menores que debieran estar a resguardo, terminaron muertos. Eso es lo terrible e indignante, más cuando son cifras extremadamente altas, francamente incomprensibles considerando la relevancia de la vida humana.
Aunque Huerta explicó que estos datos ya fueron entregados al Ministerio Público y a la comisión investigadora de la Cámara de Diputados, es claro que el Sename está en una crisis severa, ya manifiesta con el hecho de desconocer precisamente el número de víctimas fatales de menores a su cuidado.
La Presidenta ya anunció medidas para intentar el inicio de un nuevo rumbo en la materia, cuestión que debe unir al país. Se trata de un asunto básico, elemental, porque también nos revela como sociedad.
Lo que se vive en el Sename, en las cárceles y en cada uno de los espacios que no vemos habitualmente, manifiesta nuestras carencias y fallos como chilenos.
Cada una de las pérdidas es una historia truncada, una vida que ya no está más, pero cuya ausencia no puede ser en vano, bajo ningún punto de vista.