Césares y algo más
Ciudad de los Césares. Nombre con que la alucinante fantasía de los conquistadores bautizó la fabulosa ciudad que supuso existía en un valle interior de los Andes y que estaba construida con maravillosas casas con techos de plata y cuyos artesanados y servicios interiores eran de oro macizo y de piedras preciosas. Además, la vida plácida y satisfecha en todo sentido, daba a sus moradores un ambiente de ensoñada tranquilidad y abandono. La primera tentativa formal en busca de la Ciudad de los Césares la hizo Jerónimo Luis Cabrera, gobernador de Tucumán, en 1638, siguiéndose a ésta otras igualmente ineficaces. También fracasaron las tentativas que persiguieron el derrotero de Díaz de Rojas. La suponían en la parte oriental de los lagos Puyehue o Ranco. Los informes recogidos por el comisario de indios en Valdivia, don Ignacio de Pinuer, confirmaban la existencia de esta gran ciudad en las inmediaciones de Ranco. Un curioso dictamen del 31 de julio de 1782, del Fiscal de Santiago, Pérez Uriondo, llevó a que se despacharan desde la capital una expedición hacia ese lago, con el Padre Menéndez y con Francisco Delgado, las que se repitieron en 1783 y 1785. El error de todos ellos estuvo en suponer que los verdaderos seguros derroteros la suponen en la zona norte (tierras del oro y plata), para lo que basta leer la novela Pachapulai, del periodista Hugo Silva.
Cobija. En 1707 estuvo aquí el comerciante francés Vicente Bauver, que viajaba a bordo del Comte de Toulouse, de 18 cañones, y que realizó una excursión hasta San Pedro de Atacama para entrevistarse con el jefe español de la zona, a fin de ser autorizado para un comercio de trueque. El relato de esta expedición es un interesantísimo documento de la época que contiene diversas e ilustrativas descripciones de costumbres, grupos humanos, visiones del desierto y modo de vivir en la costa.
Por su parte, en 1712 el navegante francés Frezier estuvo aquí y dijo haber encontrado 50 cabañas de indios changos.
Mario Bahamonde