Nuestro Hermano Pablo
La muerte de un poeta es, exactamente, igual a la de cualquier hombre, sólo que, a veces, la muerte de un poeta provoca un temblor que no consiguen los demás. Se trata de un estremecimiento de tierra que nos obliga a pensar que, sin control, todo rueda ya sobre el abismo:
"Nació un hombre / entre muchos / que nacieron"
Así, definió su nacimiento, Pablo Neruda: sencillamente, sin concederle ningún resplandor y, tras innumerables experiencias y victorias, vino a definirse, en presentimiento de su muerte:
"Fue mi destino amar y despedirme"
Las palabras fue gen en su fuego diamantino y nos restan, como su más puro autorretrato. Porque Pablo Neruda, muerto el 23 de setiembre de 1973, fue amor en cauce ancho; amor que, partiendo del ser viril avanzó hacia los hombres, en límpida entrega de corazón. Tal era su tarea y su hazaña:
"Dame una bandera, /un terrón, una espátula de fierro /algo que vuele o pase"
Como Gabriela Mistral, Neruda aprendió el amor en sus propios dolores y, allí, entendió que en las tierras del hombre sangraban, también, otros dolores y acudió a socorrerlos, con su canto y con su ternura desplegada:
"y porque el hombre cree multiplicala primavera camino al mercadoentre panaderías y palomas"
La poesía de Pablo Neruda fue una explosión en mitad de la apacible tarde y de la poética del idioma; saltaron lejos endecasílabos y romances, las flores marchitas ocultas en los libros, las pequeñas lágrimas literarias. Neruda colocó sus manos encima las palabras y ellas ardieron, purificando se para su renacer en oro:
"Yo, americano, hijo / de las anchas soledades del hombre
Vine a aprender la vida de vosotros / y no la muerte, y no la muerte!"
Esta maravillosa misión le cupo al vate en vida: dar vida a la palabra del hombre, para que la vida del hombre creciera en majestad. Es lo que recogemos de sus cenizas gloriosas, prometiéndole al poeta sostener nuestra fe en lo que fue su desvelo: "rascar la entraña hasta tocar al hombre".
Andrés Sabella, 23.09.1973