Muchos, al observar Antofagasta, miran miedo, contaminación, desierto, soledad, lejanía, desarraigo, es decir, mayoritarias cualidades negativas. Son pocos los que, ante los mismos fenómenos, son capaces de ver las muchas oportunidades disponibles en esta tierra generosa y de futuro.
¿Por qué? Difícil saberlo, pero sí podría ser una invitación a corregirlo.
Antofagasta es habitualmente apreciada como una ciudad buena para trabajar y con altos salarios, pero no necesariamente para vivir; mas, ¿específicamente dónde están las diferencias? ¿En la menor cantidad de obras públicas, la falta de áreas verdes, la deficiente integración social, el alto costo de vivir aquí? ¿La falta de un espíritu de cuerpo, de cohesión social, la ausencia de la manida identidad?
Ciertamente el asunto es difícil, más considerando que en general permea un discurso negativo sobre la capital regional y hasta una suerte de falsa amenaza sobre su futuro. La ciudad y muchos de sus habitantes parecen incómodos y eso no es bueno, ni justo, ni verídico.
En absoluto.
Por eso es muy relevante conocer nuestra rica historia, pero por sobre todo, construir un futuro juntos, del que todos nos sintamos partícipes y en el que todos tengamos cabida.
Porque ése es el sello de una ciudad que nos acoge, pero que requiere ser amada, construida, respetada y levantada en su ánimo.
Antofagasta no puede ser el sueño separado de nativos e inmigrantes, tanto chilenos como extranjeros, debe ser la misión de una población que desde aquí construye su vida y aporta a sus familias y desarrollo personal.
Pero es efectivo que las soluciones no arriban por meras buenas intenciones, sino por liderazgos positivos que muestran caminos y sueños, para una vida mejor y el compromiso de todos.
Nuestros déficit son solucionables con proyectos que los mitiguen; nuestra historia está por construirse, pero hagamos esto desde el afecto y respeto por nosotros, por el otro, por Antofagasta.