El Magis Sanluisino
Las agudas notas de cientos y miles de campanadas del colegio San Luis, han anunciado ya por más de cien años el inicio y término de sus clases, impulsando y motivando las actividades cotidianas, culminando cada día junto a la suave brisa del atardecer y su tibio sol reflejado en cada pasillo, mientras generaciones se educan, forman y crecen a su alero.
Ni el tañar de la campana, ni el reflejo de cada rayo de sol logran explicar cómo el magis ignaciano ha prendido ya por un siglo en esta nortina capital. ¡Cuántas historias nos guardan sus pasillos!; cuántas generaciones han comprendido el mensaje ignaciano de San Luis Gonzaga encarnado en San Alberto Hurtado, impulsado por generaciones de educadores y sensibilidades que han pensado nuestro norte y pensado a sus alumnos como motores y promotores del cambio, de una mejor sociedad y de un mejor mañana, con el ideario de Cristo.
El colegio San Luis miró tempranamente a la ciudad, a la región y a Chile, formando y transformando personas para un mejor servir a su comunidad. Los formó en contenidos y ámbitos diferentes: acciones sociales, inspiradas y modeladas; valores cristianos, su igualmente antigua tropa scout; su cruzada eucarística; sus selecciones deportivas; su banda de guerra; sus comunidades de vida cristiana, en fin, desde la ética cristiana al servicio de la comunidad. Gracias a ellos hoy, cien años después, podemos ver a sanluisinos en todo el amplio espectro social, destacando en la promoción de los valores ignacianos.
Hoy, cuando se oigan las ultimas campanadas del día en el colegio San Luis, podemos oír con ellas el testimonio de cada día, de cada clase, de cada contenido y de cada idea impulsada desde el aula a la sociedad para hacerla más fraterna, más unida y más cercana a lo que Dios quisiera para nuestra sociedad; desde hoy, como ha sido por más de un siglo, oiremos en cada campanada la entrega de cada educador, de cada formador que soñó junto a los padres fundadores, una sociedad de hombres libres, que entraron para aprender y salieron para servir.
Marcello Tapia