Raúl Ruiz filmó cerca de 100 títulos y nunca han sido exhibidos en chile. la retrospectiva que está abierta ahora en parís incluye 80 de ellos.
Raúl Ruiz viste un traje gris. Está sentado a la derecha de Carolina Tohá y el Rumpy. La idea es que conversen, pero cada frase del cineasta finaliza con un silencio incómodo. Sus opiniones parecen demasiado ingeniosas para un programa de televisión o, al menos, uno de este tipo. Además, lo tienen sobre un altar que lo pone inquieto. Entre enaltecimientos y anuncios comerciales, trata de participar en el juego. En un momento menciona a la "simpática de Sharon Stone" y eso gatilla un "uh, uh, uh" picaresco de parte del Rumpy. Todos esperan un remate humorístico que no llega. Luego le advierten que tenga cuidado con los porotos chilenos. Cuando le consultan por su película favorita, responde: "Las películas son como los seres humanos y a los seres humanos no me gusta ponerlos de mejor a peor". Y cita a Jorge Teillier: "En cualquiera película hay por lo menos cinco minutos de buena poesía".
Ese extraño momento televisivo, ocurrido en 2010 a la luz del montaje de "Amledi, el tonto", refleja acaso nuestras contradicciones en torno a la obra de Ruiz. Especialmente en lo relacionado a una veneración que, como pasó también con Roberto Bolaño, creció después de su muerte. Una devoción exitista, por cierto, alimentada por las noticias triunfales que hemos recibido desde Europa a través de los medios. La gran paradoja es que nunca nadie apostó por estrenar en Chile las películas del cineasta. Acercarse a Ruiz fue siempre una ardua aventura cinéfila que implicó buscar copias grabadas, cazar cintas en festivales o, incluso, conformarse con leer sobre ellas, como si esa información fuese la única forma posible de consumirlas. A Ruiz siempre lo abordamos como ciegos tratando de descifrar las formas de un elefante.
Pero no podemos culpar únicamente a los distribuidores chilenos. Afuera tampoco ha sido fácil ver sus filmes y su ritmo de producción fue siempre frenético. El cineasta y crítico francés Pascal Bonitzer elogia lo que considera una suerte de sana indolencia. En las páginas de "Cahiers du Cinéma", escribió:
"Hay en el cine una virulencia, un poder de subversión de las proporciones y las jerarquías, un poder de subversión lógica que Raúl Ruiz pone en acción implacablemente, sin remordimiento, sin nunca plantearse la pregunta de saber si será seguido, si el público comprenderá, si incluso habrá para eso un público, si incluso el film será exhibido. No ya que no desee que sus filmes sean vistos y apreciados, sino que él sabe que nada debe retardarlo, hacerlo flaquear, distraerlo de su voluntad corruptora, ni siquiera y menos que nada la esperanza de una 'comunicación' con el público, la esperanza del feedback, esa plaga de nuestros tiempos".
A medida que fuimos recolectando las piezas de un mapa que parecía infinito, nos dimos cuenta de que estábamos conociendo a un creador de una obra tan viva y majestuosa que se volvía inasible. Ruiz desafiaba nuestro gusto por encasillar. Se fue al exilio, pero nunca fue dogmático, hacía un cine erudito pero evitó siempre la solemnidad, era reconocido mundialmente, pero se ponía incómodo ante los elogios, acogió la cultura europea sin abandonar la chilenidad. Una vez confesó incluso que su sueño era hacer una película con Coco Legrand. Ruiz no tenía fronteras.
Imaginario Y real
Cuando lo diseccionamos generalmente lo hacemos por etapas. Primero imaginamos al joven que trataba de abrirse paso en el mundo del teatro. Después de pasar por la Escuela de Cine de Santa Fe (Argentina), decidió adaptar una de sus obras y le salió el mediometraje "La maleta", protagonizado por el gran Héctor Duvauchelle y filmado en la Escuela Técnica Nº1 con financiamiento del Centro de Cine Experimental de la Universidad de Chile. Ruiz ya era un joven ilustrado que, en el corazón de la bohemia santiaguina, acostumbraba a mantener largas conversaciones sobre libros, música, arte y películas.
"Buscábamos con Raúl Ruiz un nombre provocador y jolgorioso para definir nuestras vagas coincidencias en materia de cuestiones estéticas", recordó el escritor Waldo Rojas en un texto escrito para el libro "El cine de Raúl Ruiz: Fantasmas, simulacros y artificios" (Valeria de los Ríos, editorial Uqbar). "Conformábamos un grupo de jóvenes ni más ni menos discernibles de otros jóvenes pintores, poetas, novelistas, periodistas, gente de teatro y de cine, amén de algunos personajes inclasificables, cultores de erudiciones varias y a veces dotados de una rara fineza de espíritu. Santiago era, por cierto, todo Chile o poco menos. Pero el Santiago nuestro era en verdad una suerte de lugar geométrico, laberíntico, hecho a la medida de nuestras obsesiones ambulatorias, gastronómicas o sencillamente alcohólicas. Espacio mitad imaginario, mitad real, adonde solíamos encontrar una guarida cómplice más bien que la llana palestra para nuestras primeras armas en las letras y otras en arte".
Los habitantes de esa ciudad enmarañada están retratados en "Tres tristes tigres" (1968), para muchos la película que marcó un antes y un después dentro del cine chileno (aunque tuvo un estreno mediocre en salas). Un retrato de personajes pícaros que deambulan por bares y hoteles de mala muerte buscando algún sentido. Aunque se basa en una obra de Alejandro Sieveking, aquí encontramos al Ruiz de siempre, con su fino sentido del humor, sus digresiones narrativas y una dimensión dramática que parece flotar en el aire. El premio que la película recibió en el Festival de Locarno instaló además al director en el panorama mundial.
Volvería a retratar la bohemia santiaguina en la que es una de sus mejores obras: "Nadie dijo nada" (1971), realizada con aportes de la RAI y centrada en cuatro intelectuales fracasados que recorren los submundos de la noche capitalina. Con Silvio Caiozzi a cargo de la fotografía y un elenco compuesto por Luis Alarcón, Jaime Vadell, Carlos Solano y Luis Vilches, Ruiz confirmaría además su talento para deformar fuentes de inspiración y agarrar vuelo propio, en este caso el cuento "Enoch Soames", del escritor inglés Max Beerbohm.
Se ha dicho que cuando la película se proyectó en Roma, los italianos quedaron sorprendidos por la falta de referencias a la situación sociopolítica de Chile. Ruiz no daba lo que esperaban de él, arruinaba la dinámica paternalista que impera en festivales de cine. Pero, por otro lado, construía una línea de documentales -algunos por encargo del Partido Socialista- que daban cuenta de un escenario repleto de cambios. La cinta de ficción "La Colonia Penal" (1970) toma a Kafka como punto de partida, pero imagina el viaje de un periodista a una isla del Pacífico dominada por un dictador socialdemócrata. Una humorada que funciona al mismo tiempo como un acto de clarividencia.
Consciente de su habilidad alquímica para tomar un texto y transformarlo, Ruiz aceptó en 1972 el desafío de adaptar "Palomita Blanca", novela de Enrique Lafourcade que rescataba el espíritu juvenil de la época para narrar un romance dividido por las clases sociales. El director convirtió todo en una graciosa comedia de costumbres que no pudo ser estrenada porque irrumpió el Golpe. Quedó guardada en una bodega de Chilefilms hasta que salió a la luz nuevamente en 1992. Como si fuese un díptico, el cineasta realizó también el documental "Palomilla brava", registro del casting de colegialas que llegaron para protagonizar el film. Hoy se encuentra perdido.
De Raúl a Raoul
Tras el exilio, Ruiz pudo haber seguido la senda del artista comprometido - como muchos otros- pero en cambio ofreció una película incómoda: "Diálogo de exiliados" (1974), filmada en París y centrada en un grupo de chilenos desterrados que deciden raptar a un cantante que simpatiza con la Junta Militar. La izquierda criolla se sintió ofendida por la mirada cáustica del director hacia los discursos vacíos, las asambleas inútiles y la diferencia de clases que brotaba al interior del exilio. Se cuenta que los detractores trataron incluso de quemar las cintas.
"Diálogo de exiliados" fue un gesto de ruptura que redimió a Ruiz de la carga discursiva latinoamericanista, pero nunca de su inmenso apego a Chile. Aunque sería el inicio de una fase esencialmente europeísta, en "Las tres coronas del marinero" (1982) -considerada por muchos como su mejor film- recrearía Valparaíso en Portugal. En otras filtraría pequeños gestos de chilenidad, consciente de que el director es un Dios que no puede escapar del mundo que ha creado. También regresaría a nuestro país esporádicamente para realizar obras centradas en la chilenidad como "Cofralandes", "Días de campo" y la serie "La recta provincia".
Desde que puso un pie en Francia, Ruiz también experimentaría mucho, cruzando universos culturales, instalando referencias, jugando con las posibilidades narrativas. Construiría un cine de laberintos, fantasmas y lógicas invertidas. Y lo haría junto a un incuestionable clan de talentos, de Marcello Mastronianni a John Malkovich, pasando por Catherine Deneuve e Isabelle Huppert.
"La obra de Ruiz es extraña y barroca, lúdica y alucinatoria", apunta Zuzana-Mirjam Pick en un ensayo recogido en "El cine de Raúl Ruiz: Fantasmas, simulacros y artificios". "Simulacros de un laberinto donde jamás se hace el mismo recorrido. Es difícil clasificar las películas de este director chileno, anticonformista y a veces muy poco modesto en sus opiniones. Escuchar hablar a Ruiz, compartir los guisos que prepara con placer hedonista y visionar sus películas, es acceder a un mundo de fabulación rico en delicias refinadas y sueños alucinatorios, donde Europa y América Latina se sobreimprimen mediante los efectos especiales de una ficción en imágenes".
Cuando recibió el diagnóstico de que estaba enfermo, Ruiz regresó para elaborar una cinta de despedida: "La noche de enfrente" (2012), centrada en un jubilado que espera su fallecimiento entre vivencias y ensoñaciones, recuerdos y golpes de realidad. Pese al tema y las circunstancias, no hay aquí dosis de solemnidad sino que mucho humor, alegorías poéticas y un carácter lúdico que se extiende de principio a fin. Ruiz esquivó la balada triste que otro hubiese cocinado para armar una gran obra de escape, una carcajada que se burla de la muerte en su propia cara. Y eso se llama grandeza.
Zuzana-Mirjam Pick
Pascal Bonitzer
buenas noticias desde parÍs
Por Andrés Nazarala R.
"Es difícil clasificar las películas de este director chileno, anticonformista y a veces muy poco modesto en sus opiniones".
claudio caiozzi
"Hay en el cine un poder de subversión de las proporciones y las jerarquías que Raúl Ruiz pone en acción sin remordimiento".
La gran muestra dedicada a Raúl Ruiz, que se extenderá hasta el 30 de mayo en la célebre Cinemateca Francesa, tardó cuatro años en concretarse debido a la extensa filmografía del cineasta. La retrospectiva abarca 80 títulos (filmó alrededor de 100). Incluye versiones restauradas de "Tres tristes tigres", "Palomita blanca" y "Diálogo de exiliados", sus primeras incursiones en Francia como "La vocación suspendida", "La hipótesis del cuadro robado" y cintas que lo consagraron a nivel masivo como "La comedia de la inocencia", "El tiempo recobrado" y "Klimt", entre otras. Si llegara a Chile sería una deuda saldada.