La ciudad más cara de regiones es Antofagasta, un dato que no es nuevo, pero sí preocupante, porque las razones son conocidas y poco en la práctica es lo que se ha hecho para revertir el fenómeno.
Es cierto, Antofagasta es una de las ciudades más ricas, lo que podría explicar buena parte de la realidad. La mayor presión -demanda- sobre la oferta implica necesariamente un incremento de los costos y precio final de cualquier producto. Eso es evidente en nuestra región, considerando los mayores salarios individuales y familiares.
Antofagasta cuenta con ingresos promedio de 838 mil pesos mensuales, según un informe de la Asociación de AFP de 2015, lejos de los $492 mil que ubican a la Región del Maule en el piso del escalafón.
Por otro lado, estamos en una zona importadora de todo tipo de productos. Salvo cobre, agua y muy pocas cosas más, Antofagasta no es una gran productora de alimentos o bienes de consumo. Todo se trae de distintas partes del mundo, desde el sur, de Arica y la mayoría de las veces pasa por Santiago, con los mayores costos que esto implica.
Y aquí hay mucho por hacer. Desde diversificar nuestros puertos, pensando no en Antofagasta, sino en toda la zona del Zicosur. Tanto como podríamos estar exportando parte de la producción de Bolivia, Argentina, Paraguay, Uruguay y Brasil, que va a Oriente, podríamos pensar en importar buena parte de esa producción, lo que es tan conveniente para esos mercados, como para crear una plataforma de servicios que hoy no existe, pero es potencialmente viable en esta zona del planeta.
Pero no es esto lo que parece explicar todo lo anterior, vale decir, nuestros déficit y la escasa visión para llevar adelante un sueño potente de región. Es aquí donde se exigen liderazgos claros y y un Estado y sector privado más ágiles en la gestación de proyectos distintos y en la solución de realidades que dificultan el desarrollo.
La vivienda, una mejor y amplia oferta, es fundamental para todo lo anterior y lo público debe calibrar y acelerar lo anterior a la brevedad.