gonzalo maier viaja todos los días entre lovaina, en bélgica, y nimega, en Holanda. Mirar por la ventana del tren, él lo encuentra encantador. así nació "material rodante", su último libro.
"Este no es un viaje hacia un destino desconocido, sino la repetición de uno. O en el mejor de los casos un viaje en capítulos interminables que se inicia en un país y termina en otro, un viaje que en realidad parece un mantra lento y extranjero como esos que repiten por las mañanas las monjas que están en un monasterio cerca de Limache", apunta el escritor chileno Gonzalo Maier (1981) en "Material rodante", el aclamado libro que publicó por la editorial española Minúscula; un aparente diario de viajes que en verdad es algo mucho más inclasificable, un cúmulo de soliloquios desarrollados entre un trayecto habitual para el autor: su desplazamiento cotidiano entre Lovaina (Bélgica) y Nimega (Holanda). "Son 180 kilómetros que he recorrido más o menos trescientas setenta y seis veces en un sentido y en otro", asegura.
Sentado en un tren, las observaciones de Maier sobre los pasajeros, el paisaje, las estaciones y las costumbres fluyen como rieles, pero va fusionando esas impresiones con disgresiones, recuerdos, citas, elucubraciones serpenteantes y obsesiones varias. Por ejemplo, una araucaria vislumbrada en el camino le da pie para indagar en los pormenores de la botánica y las viejas aventuras marítimas; en otro momento manifiesta una fijación por los prófugos de la justicia que son buscados mediante retratos colgados públicamente, o se entrega a una brillante defensa del pijama como el atuendo perfecto.
Maier logra fusionar cada engranaje con simpleza y fluidez, recorriendo también su infancia, los recuerdos de un profesor de filosofía tomista o ciertos destellos de una adolescencia que recuerda desde la rutinaria pasividad de la vida adulta. Todo esto en medio de la seguridad de los viajes actuales, un bienestar que atenta acaso contra la esencia misma de la aventura. "Se ha perdido la posibilidad imaginaria -pero posibilidad al fin y al cabo- de que todo salga mal", destaca en un particular reclamo.
¿Una novela? ¿Un largo ensayo? Tratar de encasillar a "Material rodante" en un género establecido sería una torpeza. Maier -responsable también de las novelas "El destello" y "Leyendo a Vila-Matas"- ha logrado una obra singular e irrepetible, un diario de vida sobre rieles, una travesía personal que ha sido elogiada por "El País" y "La Vanguardia", entre otros diarios.
"Me pone muy contento. Es una suerte que el libro circule en muchos contextos, que se lea de modos diversos", celebra Maier.
-¿Cómo nace "Material rodante"? ¿Cómo se escribe un libro así?
-El libro se me ocurrió durante los viajes al trabajo. Es muy raro, por lo demás, que en español no exista una palabra para esos viajes menores y cotidianos en que alguien pasa un par de horas yendo de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. En inglés, por ejemplo, se dice "to commute" y en italiano "pendolare". Durante varios años habité ese espacio sin nombre, y creo que "Material rodante" es eso: un libro indefinido, precisamente porque da vueltas en un espacio difícil de nombrar, en el que no se puede hacer más que matar las horas.
-Mirar por la ventana puede funcionar como una película, un dispositivo de narraciones. ¿De qué manera esta mirada definió la obra?
-Las ventanas de los trenes ofrecen una mirada muy extraña. Cuando uno camina o maneja suele mirar hacia adelante. Parece lo natural, pero el pasajero de un tren o de una micro mira siempre de costado, un poco como los lenguados. Y creo que esa perspectiva lateral se presta precisamente para el ocio y para echar a volar la imaginación. A fin de cuentas, el que camina o maneja tiene cierta responsabilidad, debe mirar hacia el frente, pero el pasajero de un tren puede mirar a los costados, perderse. La mirada lateral es sumamente irresponsable y ahí radica su encanto.
-Ese contexto también invita a observar lo intangible. ¿Cómo fuiste aglutinando los recuerdos con las reflexiones y los apuntes más concretos de viaje?
-Para escribir un libro tan disperso, supongo, hay que ser muy disperso. No creo que haya misterio. De todos modos, me gusta montones la idea clásica del ensayo como un camino hacia ninguna parte, como una exploración libre y sin prisas en la que uno se pierde y luego encuentra el camino sólo para volver a perderse. Y ahí cabe todo, claro, desde la vida de botánicos del siglo XIX a una apología del pijama, pasando incluso por pequeños arrebatos de ficción.
Piñones en el bolsillo
"Para mi sorpresa, las araucarias que vi hace unos días eran el resultado de una aventura que tomó varios siglos y atravesó un par de continentes. Claro que una de sus mayores gracias es que comenzó en un bolsillo", anota Maier antes de revisar la historia de Archibald Menzies, un botánico escocés que accidentalmente terminó en Valparaíso y que, gracias a Ambrosio O'Higgins, obtuvo varios piñones de araucaria que guardó en su bolsillo. El autor sigue el trayecto histórico de la especie arbórea como si esa relación funcionara también como una metáfora de su conexión imborrable con su lugar de origen.
"Es una historia fascinante. Me encontré con la araucaria en la frontera entre Holanda y Bélgica y, claro, comencé a investigar cómo llegó hasta allá. Compré varios manuales de botánica en librerías de segunda mano, biografías de cazadores de plantas y me obsesioné bastante con el tema, que está más o menos desarrollado en el libro. Es una historia llena de coincidencias en la que tienen un papel importante Ambrosio O'Higgins, algunos coleccionistas ingleses y el azar", describe el escritor.
-Es interesante como contrastas la comodidad actual con ese tipo de viaje épico que, según la literatura clásica, cambia al héroe en relación al punto de partida. ¿Te interesaba subvertir esa idea a la luz de nuestra rutina cotidiana?
-Sí. Este es solo en apariencia un libro de viajes. De hecho, es un libro sobre la repetición de un viaje, casi al modo de un mantra, y cuando uno repite mucho un viaje, cuando un paisaje se vuelve familiar -por ejemplo, el camino de la casa al trabajo- ya deja de mirar, de estar pendiente. En algún sentido es un libro sobre lo cotidiano, sobre la falta de sorpresas, sobre sacarle punta al aburrimiento para encontrar algo interesante. Es decir, es casi todo lo opuesto a un gran viaje, uno de esos en donde lo exótico salta a la vista.
-También valoras la carga personal que esconde cada viaje. A veces ya conocemos algunos lugares a través de lecturas, películas o referencias.
-No sé si exista algo así como el "viaje real". Todo viaje, a fin de cuentas, es un viaje hacia nuestras expectativas, hacia nuestros prejuicios, hacia las películas que hemos visto sobre ese lugar, hacia la obligación de volver de las vacaciones y decir que lo pasamos muy bien, pese a que haya sido una pesadilla. A veces viajar es como el pastel de choclo: cada uno lo hace a su manera, y supongo que todas están bien.
-¿De qué manera crees que "Material rodante" dialoga con tus obras anteriores?
-El libro anterior, "Leyendo a Vila-Matas", también pasaba sobre un tren y varias veces pensé en no escribir "Material rodante" solo para evitar volver sobre los trenes. Me parecía latero. Pero como decían en los dibujos animados: si no puedes contra tu enemigo, únete a él. Ahora supongo que estoy obligado a escribir otro y decir que siempre los pensé como una trilogía.
"En Chile hay mucha gente escribiendo cosas interesantes"
Gonzalo Maier ha pasado los últimos años en Europa, pero no ha perdido contacto con Chile, ya sea publicando en medios o relacionándose a la distancia con la escena local. "Hay mucha gente escribiendo cosas interesantes", opina. Y enumera: "Diego Zúñiga, Antonio Díaz Oliva, Alejandra Costamagna, Rodrigo Olavarría, Simón Soto, Lina Meruane, Alejandro Zambra, Roberto Merino. En fin, son muchos y los trato de leer bastante".
Simpatía por
Maier publicó su primera novela en el año 2000, cuando tenía 19 años de edad y vivía en Viña del Mar. En "El destello" (LOM) sigue al mismísimo Diablo, encarnado en un pintor que observa un mundo que parece haberlo superado en perversión. Enamorado de una artista, y entregado a la autodestrucción, presenciará las sombras de un país salvaje y enrarecido.
Su segunda novela, "Leyendo a Vilas-Matas" (LOM), lo tiene a él como centro de la trama mientras planea un libro inspirado en el escritor del título. En un tren que une París con Barcelona, viajará en su búsqueda sin reparar en los vuelcos que depara el camino.
"Material rodante" es su tercera obra. Aunque la publicó en España, en Chile la distribuye Tajamar. Se puede encontrar en librerías de todo el país, como Antártica y la Feria del Libro.
Una araucaria, una pistola piñufla y la niña de los boletos
Una araucaria en Holanda. A mí me sonaba raro y exótico, como una historia forzada y un poco fantástica. Esa noche, cuando volví a casa, comí un sándwich de atún y me quedé pensando en las famélicas y ridículas posibilidades de que una araucaria llegara a cualquier otra parte que no fuera una ciudad medio despoblada del sur de Argentina o Chile. Quizá todo era obra de un exiliado nostálgico, me dije buscando una explicación, o de un amante algo posmo de la jardinería, un tipo que tenía muchas ganas de brillar frente a sus vecinos.
Al rato, mientras lavaba los platos con las luces apagadas, dejando que únicamente los postes de allá afuera iluminaran la cocina, ignoraba que por primera vez no encontraría una buena respuesta en
Google y que no sacaría nada con buscar y buscar entre páginas y foros de especialistas a ver si encontraba cómo fue que el árbol que sorprendía a los conquistadores españoles, el mismo que las machis usaban para sus guillatunes, terminó en el patio de una casa holandesa. Entonces, cegado por una obsesión un poco ridícula -nunca he tenido mayor interés en los mapuches y, en general, las culturas (aborígenes o no) y los discursos nacionalistas me aburren tanto que corro el peligro de morir atorado a bostezos-, encargué tres libros de historia de la botánica por The Book Depository y me fui a dormir con la sensación absurda del deber cumplido. De pronto, en la estación de Amberes, suben tres hombres vestidos con pantalones negros y camisetas rojas bien apretadas. Llevan el pelo corto y una pistola piñufla colgando del cinturón. Caminan con pompa y seguridad hasta llegar al fondo del vagón y se acercan a un viejito borracho que durante el viaje se ha negado -con muchas ganas, todo sea dicho- a mostrar su pasaje. "Nederlands, français, English, Deutsch?", le preguntan. El viejo les responde en francés y, aunque no logro escuchar una palabra, es evidente que los insulta a ellos y a todas sus generaciones (pasadas y venideras). Pero acá no hay moralejas: finalmente el señor no se levanta y se queda ahí, muy quieto, abrazando una lata de cerveza Jupiler.
El telón de fondo de este recorrido -y, en particular, de las estaciones donde paso de un tren a otro- es una suma de letreros plásticos y nombres de fantasía que terminan siendo familiares. El capitalismo y el neón, vistos con distancia, son una pareja perfecta -o al menos una de esas mediocres, pero fieles, que insisten y no se separan nunca. El catastro es el siguiente: en la estación de Lovaina hay tres locales de Pannos (café y baguettes para llevar), un kebab con luces de neón, un fotomatón (cinco fotos tamaño pasaporte por cinco euros), un Einstein (café barato y medialunas mediocres), un 24 (diarios y revistas) y siete máquinas que venden dulces, una que ofrece pan de molde y poco más. En Malinas, que es la primera parada, hay otro Pannos, otro café Einstein, una máquina que vende más panes de molde, otro 24, dos locales de kebab que compiten frente a frente y seis máquinas que venden dulces. En la estación de Roosendal hay dos Kiosk (café, diarios y comida envasada), un kebab, cinco máquinas que venden dulces, un fotomatón y un gran restaurante cerrado desde quién sabe cuándo. En la de Nimega hay un Starbucks, un local de comida italiana, una florería, un Albert Heijn (versión minimarket), dos Kiosk, un The Record Shop (discos y devedés generalmente en oferta), una tienda de revistas, una panadería jipi, una perfumería, una casa de cambio, un carro que en la calle vende comida asiática para llevar y un quiosco muy grande con diarios y revistas.
(Páginas 18-21)
* * *
La niña que hoy revisaba los boletos era hermosa y estricta. Además tenía los ojos grandes y los abrió mucho cuando pidió que le mostrara mi tarjeta de descuento. Los puso así, como dos huevos fritos. En ese momento, cuando tuve que buscar torpemente el pedazo de papel dentro de la billetera, no supe muy bien cómo interpretarlo, pero ahora me doy cuenta de que he gastado casi todo el viaje pensando en su curiosa petición.
O tal vez solo en ella.
Apostaría a que es nueva. A fin de cuentas la rigidez -casi en cualquier cosa- es propia de los debutantes. De seguro en la Academia de Cortadores de Boletos aprendió que los pasajes con descuento debían ser confirmados y quiso confirmar el mío. Claro que por un momento, cuando estuvo allí al frente con su uniforme gris, a diez o quince centímetros de mis narices, no caí en cuenta de que era una revisora. Durante ese par de segundos que siempre se hacen muy largos, creí que me diría otra cosa, que la conocía de alguna parte, que se sentaría a mi lado, que los viajes efectivamente ofrecen vidas paralelas, oportunidades únicas que no se darán en otras partes.
En los viajes, por más que los haya repetido mil veces, uno siempre esconde la fantasía de que no solo el paisaje será nuevo, sino la gente y en una de esas uno mismo. Que por estar en Moscú o en Puerto Saavedra se descubrirán verdades inmensas que en general no se ven por culpa de un vecino insoportable o porque el camino que tomamos cada día para ir al trabajo es tan aburrido como el béisbol.
Al final nunca es así, pero los viajes ofrecen esperanza y supongo que por eso hay tanto adicto a armar las maletas y salir corriendo.
(Páginas 10-11)
Gonzalo Maier
Editorial Minúscula 104 páginas
$12.900
"Material rodante"
Por Andrés Nazarala R.
"Cuando uno camina o maneja suele mirar para adelante (...) el pasajero de un tren o de una micro mira siempre de costado, un poco como los lenguados".
Dos extractos del libro "Material rodante"
Por Gonzalo Maier
"Los viajes ofrecen esperanza y supongo que por eso hay tanto adicto a armar las maletas y salir corriendo".