¡Tomen asiento!
Me conmovió la realidad, es cierto. Después una larga ausencia de las aulas, regresé a un colegio particular de Enseñanza Media, para compartir mis experiencias pedagógicas. No fue grato el ingreso a la sala, lo reconozco, como también lo reconocieron mis anfitriones, aunque movieron la cabeza en un ademán de tolerancia, que no logró esconder las ganas de decir "que le vamos a hacer".
Recordé mis años de estudiante. Cuando ingresaba alguna persona a la sala, se hacía un silencio profundo, nos poníamos de pié junto al pupitre, con las manos al costado del cuerpo y esperábamos ser saludados. Acto seguido, el profesor ordenaba tomar asiento y el silencio se respetaba, mientras se atendía a la visita.
Esta vez la cosa fue casi caótica. Nadie se puso de pié, aunque mi anfitrión se esforzó por hacerse oír para presentarme. Apenas ingresé, los alumnos formaron grupos al fondo de la sala, sacaron sus celulares, rieron, se empujaron y no prestaron atención al directivo docente, que alzando la voz, los conminaba a mantener el orden. Tres alumnos "informaron" que irían al patio y sin esperar autorización del docente, salieron dejando la puerta abierta. Otras dos señoritas también abandonaron el aula, gritando a las que habían salido antes. Yo, miraba sorprendido, incómodo, afectado. ¡Qué deplorable tarjeta de presentación del colegio!
Que distinto a lo de ayer…Éramos otros estudiantes los de antes. Conocíamos y practicábamos el respeto y éramos respetados. Sabíamos de nuestros derechos, pero estábamos conscientes de nuestros deberes. Y nuestros apoderados eran aliados de los docentes en su labor formadora. Hoy, el apoderado, salvo excepciones, es un abogado incondicional, enceguecido por los derechos de su hijo y en muchísimos casos su "alcahuete". Un defensor capaz de llegar a la violencia, incluso. Las noticias lo confirman.
Reflexiono. Cuando hablamos de lograr calidad en la educación chilena… ¿Consideramos la calidad de las personas que estamos formando/educando?.
Jaime N. Alvarado García