Con un oso en el corazón
Ayer, Chile despertó con un oso en el corazón. Esta vez no fue aquella manida onomatopeya que sellaba un burlón esquive a un apretón de manos, algo que estuvo muy de moda en nuestro país.
Esta vez fue un oso gigante: el prodigio de un creador chileno -Gabriel Osorio- que compitió como David contra "Pixar", el Goliat de las series animadas. Un trabajo concienzudo, hecho a mano y a la chilena, con mucha calidez humana. Un tema central que transformó el drama del exilio en una obra que consolida el anhelo de un "nunca más en Chile".
Hermoso y emotivo cortometraje, montado en un escenario que nace con el click de una cámara de cajón. El guión es fácil y comprensible, especialmente para el pequeño oso, que paga para ver la serie desde el obturador de la cámara, que se abre, dando forma a un escenario.
Un oso "a la chilena", que fue capaz de lucirse y vestirse con el dorado traje de la estatuilla que se confiere a los famosos de la pantalla grande. Un osito chilensis que se codeó con lo más granado de Hollywood, entre ellos, Di Caprio, resistido, odiado y amado.
Con la derrota ante Brasil, la copa del mundo nos hizo un "¡oossoo!". Con el resbalón del gimnasta Tomás González, la medalla olímpica nos hizo "¡oossoo!". Con la derrota de Martín Vargas, el cinturón mundial nos hizo "¡oossoo!". Y así, la lista es tan larga que estábamos casi acostumbrados… O más bien, resignados.
Hasta que apareció nuestro legítimo y genuino "oso", que abrió una nueva página en el libro del arte chileno. Y obtuvo el Oscar por merecimientos propios, sin colusiones, contubernios ni cambullones. Por eso, los chilenos despertamos con un oso en el corazón.
Finalmente, Gabriel -el creador- nos contó que se inspiró en su abuelo, exiliado por mandato de los sables durante la tiranía cívico-militar. Su abuelo sería el artesano que trabajaba con esa máquina de cajón, deleitando a los niños con sus minúsculas funciones. ¿Cuántos abuelos -exiliados como el suyo- hubo en Chile?.
Jaime Nelson Alvarado García