Los claveles de Gabriel Amengual
Hay diversas maneras para combatir el olvido. Y hay -también- diversas formas de mantener en la memoria esos episodios que parecieran estar condenados a desaparecer de la historia antofagastina. Las razones para esto último son muchas, comenzando por aquellas en que priman los intereses económicos y políticos… Después, cualquier otra razón puede parecer nimia.
Es lo que sucede con los dolorosos hechos que tuvieron como escenario la Plaza Colón de Antofagasta, el 6 de febrero de 1906. Un episodio donde la muerte se enseñoreó y el plomo mordió la carne obrera, dejando un número impreciso de fallecidos (o negado por la autoridad de la época). El centenario de dicha matanza se recordó con mucho respeto, sin ocultar el dolor que permanece en la memoria. Hace unos días, un acto a cargo de un historiador local, permitió remover y despertar las conciencias y la platea del Municipal tuvo una aceptable concurrencia. Esto ocurrió, pese a ser diferida la fecha original para dar paso a un sorpresivo cambio de escenario…
Pero hay un antofagastino de corazón bien puesto que se ha empecinado en combatir el olvido de dicho episodio con un arma impensada. Que no se ha hecho cómplice con su silencio. Se esfuerza cada seis de febrero visitando la tumba de los caídos, sepultos en el Cementerio General. Gabriel Amengual, silente, comprometido, terco a ultranza, usa un arma hermosa para refrescar la memoria: lleva un puñado de claveles rojos y los prende en las tumbas y lápidas donde reposan aquellos que lo único que pedían era media hora más para almorzar con sus familias… Petición acallada a balazos, en una matanza como tantas otras, en que los hechores fueron los mismos.
Claveles rojos, como esa sangre que corrió empapando la tierra de la plaza. Sangre que tiñó de rojo la raíz de los pimientos incipientes… Pimientos que multiplicaron el color de la sangre obrera en esos racimos de matiz bermellón que conocemos.
¡Bella manera la de Gabriel de combatir el olvido…!
Jaime N. Alvarado García.