Bryan Saavedra López

Aunque para muchos el verano recién comienza tres grandes tiendas y dos cadenas de supermercados ya comenzaron a exhibir los uniformes escolares, promoviendo la compra de estos artículos antes que las familias salgan de vacaciones.

Para disgusto de muchos niños y jóvenes, mochilas, cuadernos y prendas de vestir se están volviendo frecuentes en las vitrinas del comercio.

El gerente de la línea infantil de Falabella, Luis Álvarez, dijo que la tienda cuenta con uniformes de más de 10 colegios, tanto municipales, como subvencionados y privados.

"A la gente le gusta dejar todo comprado antes de salir de vacaciones. Esa es la razón principal de nuestro plan de trabajo escolar en verano", manifiesta el encargado.

Precios

Fredy Bastías, jefe de ventas en Almacenes Paris, explica que la ropa exhibida es parte del stock que quedó del año pasado en bodega. Por eso incluso es más económica que la que llegará próximamente.

"No sé si influye en los niños, pero en el fondo facilitamos a los clientes comprar a menor costo", argumentó.

La pequeña Sofía Pozo (6 años), alumna de segundo básico, no está de acuerdo.

"Encuentro malo ver los uniformes, porque me gusta salir a jugar con mis amigos del condominio o ir a playa en vez de venir acá. Además entramos en marzo", comentó.

Su madre, Daniela Jara, explica que la compra de uniformes es un proceso estresante, sobre todo ahora que los niños recién salieron del colegio y acaban de pasar fiestas, sin embargo, lo considera necesario para irse de vacaciones tranquila.

Argentina

Analía Miranda viene de vacaciones con su familia desde la provincia argentina de Jujuy y aprovecha de cotizar los uniformes y útiles escolares.

"En comparación a Argentina acá es un 30% más barato. En Argentina todo lo que es para el colegio se exhibe en febrero o marzo, y los precios son mucho más caros", cuenta.

Diego González (8 años) mueve su cabeza al escuchar a su madre y dice: "Da la sensación que ya estuviera volviendo a las clases, ver esta ropa me trae el colegio a la cabeza".

Nina Santibáñez, dueña de casa, cuenta que ya compró uniformes para sus tres hijos y valora que estén en exhibición.

"Es mejor. Así tengo todas las tallas para verlas y después no ando apurada", indica.

Martina Díaz, su hija, pasó a séptimo básico en el Netland School. La niña explica que no le gusta ver los uniformes, porque "entristecen el verano".

Ansiedad

El sicólogo de www.hipnosalud.cl, José Luis Rojas, explica que ver los uniformes escolares a tan pocos días de haber terminado las clases genera "ansiedad" en los niños.

"Es como un mensaje subliminal permanente hacia padres y niños que no les permite desconectarse", manifiesta.

Según el experto esto es más perjudicial en los niños , porque ellos tienen un pensamiento distinto a los adultos, que es "mágico".

"Funciona con otro tipo de imágenes y esto les produce una cierta angustia, porque sienten que no son vacaciones. Con los papás pasa algo parecido, porque si bien estamos siempre a última hora con todo, también necesitamos un poquito de respiro. Entonces es tremendamente perversa esta forma de publicidad y de hacer negocios", asegura el sicólogo.

Luis, Álvarez,

Falabella

"Es una estrategia comercial que sirve para que los padres dejen todo listo antes de salir de vacaciones con la familia".

Martina, Díaz,, estudiante, séptimo básico

"En vez de ver los uniformes podría estar en la playa o en la piscina. Deberían ponerlos un mes antes de entrar, no ahora".

Analía, Miranda,, apoderada

"Me parece bien que los uniformes se puedan comprar en el verano. Así los papás podemos elegirlos con más tiempo".

José Luis, Rojas,, psicólogo, hipnosalud.cl

"A los niños les impide disfrutar sus vacaciones, porque su cerebro funciona con imágenes y ven la imagen del colegio".

"Deja que fluya", me dijo mi amiga Zen, luego que yo le contara con lujo de detalles mi agobio de turno. Mi amiga en realidad no es Zen, pero yo le digo así de cariño porque la encuentro muy "Zen-sata" para pensar. "¿Pero cómo le hace una para dejar fluir?", le pregunté intrigada porque honestamente no lograba encontrarme con el concepto. "Como los riachuelos, me dijo muy campante mi amiga, que dejan que el agua siga su curso". "Ya… -le dije haciendo mi mejor esfuerzo por entender- ¿Y en esta metáfora yo sería el riachuelo o el agua?"

"Las dos cosas", me dijo riendo mi amiga y ahí sí que me perdí por completo. Al ver mi cara de confusión, mi amiga se acomodó en su asiento y me explicó con peras y manzanas: "dejar fluir tiene que ver con dejar de controlar. Si te das cuenta, todos tus agobios intersectan en el mismo punto, y ese punto es querer que las cosas no sean como son, sino como tú quieres que sean. Quieres controlar". Una tenue luz empezó en ese momento a iluminar mis tinieblas. "Prosigue", le requerí con interés. "Todos tenemos problemas: grandes, medianos y pequeños. Y sucede muy a menudo que gran parte del sufrimiento que experimentamos debido a esos problemas no tiene que ver con el problema en sí o con la búsqueda de una solución para el problema, sino más bien con que derechamente no aceptamos el problema". Y mi amiga continuó, "no aceptar el problema es rebelarse contra la existencia del problema, es querer negarlo, cosa que a veces hacemos inconscientemente, sin darnos cuenta, jurando que estamos haciendo todo lo que tenemos que hacer para superar el impasse, pero en realidad, subyace en todo nuestro actuar una resistencia sutil y traicionera: la sensación de querer que las cosas no sean como son".

"Y esa sensación es la que nos entrampa…" dije como si hubiera descubierto el secreto mejor guardado de la tumba de Tutankamón. "Exactamente, porque lo que resistes, persiste", dijo mi amiga Zen y agregó "lo más gracioso de todo, es que al aceptar el problema y al dejar de querer controlarlo todo, se desvanece más de la mitad del sufrimiento generado por ese problema, la carga instantáneamente empieza a sentirse más liviana y energéticamente nos desbloqueamos". Mi amiga Zen se pone a veces muy Zen para sus explicaciones, pero debo reconocer que siempre da en el clavo. Apenas terminó nuestra conversación, me inundó una intensa sensación de paz y sentí como si me hubieran quitado un piano de encima.

La mala noticia de todo esto, es que ese mismo día, mi amiga Zen me dijo que se iba de la ciudad. Habían trasladado a su marido a Santiago y en menos de un mes debería estar en su nuevo destino. "No puede ser- le dije mientras la tristeza me invadía- o sea, quiero decir que me alegro por ustedes y por tu marido, pero ¡No puedes irte!", volví a exclamar angustiada. Mi amiga sonrió con cierta pena en la mirada y entonces me puse a reír, porque sin darme cuenta, lo estaba haciendo de nuevo… "Hay que dejar fluir ¿cierto?", le pregunté con la voz entrecortada. "Cierto", me dijo mi amiga Zen.

Marcela Munita Solé

Marcemunita.blogspot.com