Mis viejos juguetes
Escribo esta nota con los dedos pegajosos. No me pude sacar todo el esmalte con que repinté mi vieja bomba de madera, regalo que me hicieran el año 1954. Pincelada tras pincelada, volvió a recuperar su color rojo. Y los cascos de los dos bomberos que van en la pisadera trasera, son ahora negros como antes, con ese ribete blanco que los hacía tan distintos. Ellos compartieron mis sueños de la infancia y -aunque nunca apagaron incendio alguno- encendieron mi espíritu, templándolo para enfrentar los riesgos del mundo actual.
¡Qué simpleza tenían los juguetes de antaño! Me bastó un "run-run" para sentirme "zaino". O sea, el vencedor en los duelos, cortando el hilo de mi oponente. El "zaino" era el "capo" de hoy… ¡Cómo cuidábamos "la peña" con que jugábamos "al luche"! Estaba hecha de maíces cosidos con un hilo… ¡Le dábamos un besito antes de tirarla…! Hábil para jugar al emboque, no fui diestro en el dominio del trompo, aunque en el torno de mi casa, mi abuelo hizo el trompo más grande del barrio. Era de roble pellín y pesaba más de dos kilos.
Con esos modestos juguetes nos alegrábamos cuando -en las precarias navidades de antaño- el Viejo Pascuero pasaba de largo por la calle Porras. Nunca perdí la esperanza que algún día diera con la dirección de mi casa. Y llegó esa vez con este carro bomba, que quedó en la base del árbol de navidad, hecho de filástica teñida de verde. Con el tiempo quedó por allí, postergado dentro de una caja, pero jamás olvidado.
Esta vez, la bomba de madera volvió junto al árbol, lugar en que la recibí hace 61 años. Se ve hermosa, radiante. Con un lápiz, pinté una sonrisa en la cara de los dos bomberos… Parecieron alegrarse de verdad, mientras yo imitaba una sirena y ubicaba la bomba junto al pesebre, para proteger al Niño de Belén de los fuegos del mal y de la envidia.
Confío en que en la Nochebuena, serán ellos mis únicos compañeros. A ellos podré decirles, de todo corazón… "Paz en la tierra a los hombres que aman al Señor".
Jaime N. Alvarado García