"The Knick" ofrece un cóctel de jeringas y sangre
La segunda temporada de la serie dirigida por Steven Soderbergh continúa con su festín de vísceras para retratar los descubrimientos de la medicina durante los primeros años del siglo XX.
Un lugar común a la hora de hablar de las series que desde hace algunos años vienen conquistando la televisión es resaltar sus cualidades cinematográficas en desmedro de la antigua forma de abordar el género. Es decir, contraponer el cuidado actual a una vieja desprolijidad provocada por la celeridad en la producción. Pero hay un punto divergente entre los dos géneros que ha sido poco tocado: las series más populares suelen ser exageradas, hiperbólicas, visualmente explícitas como un spot publicitario.
Aprovechan sus minutos para golpear al espectador descartando las sutilezas o las digresiones que puede sostener el cine. Las diferencias tienen que ver finalmente con el manejo del tiempo y las estrategias usadas para mantener al espectador cautivo.
"The Knick" es un buen ejemplo de este efectismo. Es gore, sombría y dramática. Incluso sus actuaciones son llevadas a un extremo, con un Clive Owen algo recargado en su interpretación de un médico adicto a la cocaína (inspirado en William Stewart Halsted, cirujano del prestigioso hospital Johns Hopkins de Baltimore). Pero son los códigos de un mundo esperpéntico que el cineasta Steven Soderbergh introdujo el año pasado en una primera temporada y recoge ahora en un segundo ciclo.
La sangre derramada esconde una crítica social que nos demuestra que el mundo sí fue un lugar peor. El hospital neoyorquino, donde transcurre la historia a comienzos del siglo XX, se traslada ahora a la zona alta de la ciudad. Es una nueva etapa para la institución dentro de un mundo en proceso de cambio y de una medicina que aún está en pañales. Soderbergh sitúa a este grupo de doctores al centro de una sociedad cruel, racista, clasista e inhóspita (el doctor negro Algernon Edwards debe luchar contra estas injusticias) y muestra cómo -a fuerza de ensayo y error- se fueron desarrollando los grandes avances en materia de salud. La nomenclatura de ambientación de época y música electrónica (cortesía de Cliff Martínez) le da a la producción una atmósfera rara que condimenta bien el cóctel de sangre y vísceras. Pero, por sobre todo, se impone un efectismo "hitchcockiano" que es la mayor fortaleza de la serie: el espectador sabe más sobre diagnósticos y remedios que los protagonistas. "The Knick" nos hace cómplices de los nefastos errores que se necesitaron para llegar a una solución.
Por Andrés Nazarala R.
AP Photo/Cinemax, Mary Cybulski