El cateador, hombre de horizontes
Ningún relato -acaso- habla más hondamente del instinto del cateador, que la vida del español Victoriano Pig González. Creció con el hambre del azar en sus labios y se hizo al desierto como un marino que investigara el poder del viento en un océano desconocido. ¿Cuántos años vagó y vagó? ¡Qué importan las fechas! Una vez, un pie sintió la pícada de la gangrena (lo devoraba el ateroma arterial). Don Victoriano se decidió: ¡cortarlo! Y, así, el cuchillo fue, poco a poco, subiendo por sus piernas, devorante, insatisfecho, hasta que sumó diecinueve amputaciones. Era, prácticamente, un busto tembloroso y sediento. Lo más preciado del cateador quedaba en los recipientes de un médico cualquiera. ¿Era esto bastante para tornar al hombre en la estatua de la desventura? ¡No! Don Victoriano había sentido el rumor grandioso del infinito en sus temporadas de exilio y de esperanza, en el desierto. Se fabricó una carretilla y sentado en ella, se lanzó, por quién sabe qué vez, a catear el pecho de la pampa. Es de imaginar la substancia moral de este varón que no se detenía ni aún ante el fracaso macabro de su propio cuerpo. ¡Era cateador!, vale indicar, hombre de horizontes. Y, como tal, no podía permanecer en la paz de un hogar donde la caridad y la compasión serían sus alas pueriles. ¡Ancha es la ruta de la muerte! Don Victoriano recorrió la pampa en su extraño carruaje. Se arrastró. Sufrió. Pudo morir, lentamente, en la sombra de una casona vulgar. Pero, ¡cuán tentadora era la mejilla dorada del desierto! ¡Allá, a morir como un hombre de fuego, como los capitanes en el puente de mando de su nave!
Y las huellas y la soledad, el calor y las "camanchacas", la puna y el silencio, se hicieron un lado para dejarle paso a este hombre que les desafiaba con apenas un metro de humanidad.
¡Así eran los cateadores! … ¡Los reyes que despreciaron el mundo por una veta de fulgor, los novios de la virgen que sonreía intacta en la médula del oro, los cruzados de una Jerusalem enclavada en el confín de la plata!.
Andrés Sabella,
de "Norte Grande"