Yaraví
Maestro Sabella, este libro sobre el Norte no lleva su prólogo y lleno el vacío de esta página con la presencia perdurable de tu memoria. Cumplo la palabra cuando ya no estás. La empeñada en un aula del Liceo de Niñas de Antofagasta cuando, de tu mano, iniciaba el maravilloso recorrido por los caminos de la Literatura.
Contigo soñé la pampa cabalgando remolinos de arena; vestí de leyendas La Portada; canté con la zampoña del viento en las montañas nortinas; trencé huellas para anudar las distancias; palpé el tatuaje de la ola en la roca silenciosa. Cuando germinaron los intentos iniciales me solté de tu mano para penetrar el misterio de las quebradas andinas y, entonces, fue presente el pasado inagotable, llanto descontrolado la contemplación tranquila.
Conozco esta tierra, la Pacha Mama amada, le he palpado con mis propias palabras. Y, ello, Maestro, ha sido una experiencia indescriptible. Cuánto más, el llegar hasta sus raíces para entender la calidad de sus frutos.
Al descubrir o rescatar la esencia de su singular pasado, valorar en plenitud el riquísimo patrimonio cultural de una raza casi extinguida, pero presente en el diseminado legado que atesora el desierto. Cuánto más el acercarse a vestigios lingüísticos latentes en la toponimia y en expresiones de pastores, agricultores, mineros que surcan el presente haciendo germinar su perenne pasado.
El acercamiento personal ha permitido el ir descubriendo el inmenso caudal de riquezas que late en las entrañas de esta fecunda tierra, cogido en leyendas de lugareños. Aquéllas que nacieron de los ágrafos habitantes remotos de El Loa que interpretaron hechos y elementos de su realidad, a través de la bendita palabra hablada.
La tarea no ha sido agotada. Continuará su marcha inexorable mediante la palabra, que tanto admiraste y tanto amabas. Ahora, cuando la lección es faro en el puerto promisorio y es sol en el desierto vibrante, entrego esta humilde ofrenda recordándote, con infinita amistad y gratitud empampecida.
Doris Araya