Como buen amante de la música popular que soy, podría haber titulado esta columna con los siguientes versos: "el tiempo pasa, nos vamos poniéndose viejos" o "te acordás hermano qué tiempos aquellos". ¿Quién no ha tenido en su vida un encuentro con alguna persona que por largos años no veía?
Cada uno de nosotros, fue aportando a la conversación, aquellas postales que mantenía frescas en su mente y contribuyó a que los demás, rescataran situaciones, rostros y emociones que permanecían en recodos casi olvidados de la memoria. Aniversarios del liceo, anécdotas de todo tipo, los buenos alumnos, donde el Tito descollaba, los capos para la pelota, entre ellos yo admiraba a Lucho y Óscar, los copiadores, los más revoltosos, los buenos para los combos, los más pasivos y que, lamentablemente, algunos de ellos fueron objeto de un bullying absolutamente injusto, ocuparon largas horas de la cálida remembranza.
Los "profes" obviamente tuvieron un espacio especial. Como en todo colegio, estaban los cercanos, los "barreros", los más exigentes y los más considerados, dentro de los cuales sobresalía con notoriedad, por su calidad humana y sus méritos académicos, nuestro querido y respetado profesor jefe Lorenzo Hidalgo Frez.
Para quienes ya hemos iniciado el tránsito por la recta final de nuestro camino, estas simples situaciones, como la de compartir con viejos compañeros de curso representan experiencias espirituales invaluables, que nos hace reflexionar y valorar las pequeñas grandes cosas de la vida.
Hace unas semanas me reuní con tres excompañeros, Tito, Lucho y Óscar, de nuestro querido Liceo Amunategui, promoción del 64. En el grupo había dos integrantes que no se veían en medio siglo y cada uno de ellos comentó que sí se hubiesen cruzado en la calle, no se habrían reconocido. Sin duda que habría sido así. El correr del tiempo nos "herencia" kilos de más, cabello de menos, facciones surcadas por arrugas o una mirada distinta a la de antaño.
Sin embargo, a los minutos del encuentro, pudimos comprobar que el cordón umbilical amunateguino permanecía indeleble y la nostalgia comenzó a fluir hasta vernos rápidamente conectados a plenitud, con la época compartida.
Carlos Tarragó
Presidente de Proa