El Cocho
Así estamos y no hay más vueltas que darle al asunto: Globalizados mansamente, hasta perder nuestra esencia. La enfermiza actitud de someternos a lo global, nos lleva al despeñadero en que perdemos lo propio, incluyendo nuestros más esenciales valores, como la nacionalidad, el regionalismo, la nortinidad y la antofagastinidad.
Con ese cariño que nos caracteriza como abuelos, compré harina tostada y preparé un delicioso "cocho con leche", que ofrecí a mi nieto, quien frisa los siete años. Pese a toda la propaganda que le hice a mi modesta preparación - que sació largamente mi apetito infantil en los lejanos años de mi niñez- mi nieto apenas se aventuró a tragar un par de cucharadas, incluidos los gestos de desagrado que la mexicana Chilindrina nos enseñó como "guácala". Y me contó que sus compañeros "ni conocen el cocho".
¡Se lo serví pleno de cariño y tibiecito, pero no hubo caso…!
Allí quedó el "cocho", desechado por su paladar infantil, invadidos sus gustos por sabores foráneos. Recordé los años de mi infancia, cuando la abuela preparaba "cocho a cuchara parada". Espeso, contundente, nos llenaba las tripas, calmaba el hambre y alimentaba sanamente.
Para no perderlas todas, después del mediodía, preparé "ulpo", al que agregué -a modo de engaño- unos diminutos cubos de hielo. Otra vez la harina tostada era el ingrediente principal. Volví a ofrecerle a mi nieto y nuevamente vi su rechazo. Miró el vaso y solo optó por los cubos de hielo. Lo bebí yo, rezongando y despotricando contra esta moda de la globalización, impuesta con suma facilidad a una nación como la chilena, que todo lo acoge, que acepta y consiente, con el argumento de sentirse parte de esta aldea global.
No hay caso. Para no quedarme con las ganas, con la harina tostada que me quedó, preparé "sanco", guiso en que empleé charqui, cebolla y un tantito de ají color. Recordé así mis raíces huarpes o diaguitas, sabores que la globalización jamás podrá arrancar ni de mi paladar ni de mi cocina.