Hachita y cuarta
"Quien no jugó a las bolitas no supo lo que es ser niño…" -dijo mi profesor, defendiendo mi derecho a tener un "tinque" o un "tirollo" favorito. Aventajé a mis amigos del barrio con mis manos grandotas, de dedos largos: medía cuartas "con ayuda", empujando el pulgar y el anular para mejorar el alcance. El juego del hachita y cuarta llenó nuestras tardes de la infancia, nos permitió compartir, disputar, competir y hasta pelear, además de desarrollar habilidades de motricidad fina. Para dar un buen "mate" o "achuntarle" a una cuarta, había que saber "trincar" la bolita. El mate, debía ser "sonante", que no quedaran dudas y que las bolitas de vidrio "se picaran" con el impacto. Había una variedad que también se empleaba entre jugadores; "La chilena", que consistía en que además del "mate", las bolitas quedaban juntas, mediando una cuarta entre ellas. Se pagaba el triple. (A la "cuarta": una; al "mate", dos y a la "chilena" tres, se estilaba.)
Dos estilos dominaban para dar un "mate": el "pepito", que permitía lanzar la bolita desde la línea del ojo apuntador hacia el objetivo. El otro, "el campanita", que obligaba a batir el brazo y lograba "mates" que terminaban por quebrar ambas bolitas. Los más aventajados, jugaban "al puro mate", desechando la alternativa de medir las cuartas.
Cada mate o cuarta se pagaba con bolitas. O bien, se pagaba con cajetillas de cigarrillos, a las que se les daba un valor. Las de "Chesterfield y "Lucky Strike", superaban en valor a las "Flag", "Capstan" o "Phillips Morris". Y estas duplicaban a a las chilenas "Opera" y "Cabañas". Las de "Ideal" y "Particulares" no tenían valor (¿Clasistas?). Entonces, junto con manipular las bolitas con habilidad, íbamos ejercitando nuestros cálculos matemáticos. Y socializábamos con nuestros pares, además.
¡Como aprovechábamos las calles de tierra! Eran el mejor escenario para nuestras aventuras infantiles. Hoy, las bolitas y el "hachita y cuarta" son cosas que los mayores añoramos.